VIAJE AL CENTRO DE UN GRANITO DE ARENA

Por: Rodolfo Raúl Reyes Núñez
Tomado del libro: Cuentos Ribereños


Harold vivía con su abuelita a la vera del camino, muy cerca de la población. La anciana era muy devota, y todos los domingos iba a misa, estudiaba quinto grado e iba todos los días a la escuela, con su porta libros a la espalda. Allí, guardaba celosamente un granito de arena, que hace cierto tiempo le había despertado la curiosidad. Por tal razón, cuando estaba solo, lo desenvolvía, lo observaba detenidamente y lo volvía guardar. Harold deseaba saber qué había dentro de aquel granito de arena.

Un domingo, la abuelita se fue a la misa y recomendó al niño no salir de casa hasta que ella regresara. Cuando se sintió solo, colocó su mesita de trabajo cerca de la ventana, por la cual penetraban los rayos del aquella mañana, dando al chico la gran oportunidad de observar otra vez el granito de arena bajo la más poderosa de las luces. Es bueno adelantar que Harold tenía un amiguito secreto, con el cual conversaba cuando estaba solo. Era un duendecillo llamado Tizlit. Para invocarlo pronunciaba tres veces su nombre y ¡zas!, aparecía la diminuta criatura

−Aquí me tienes -dijo- de pies sobre la mesita de Harold para qué soy bueno? -preguntó.

−Quiero saber cómo es este granito de arena por dentro.

−¿De veras? Tienes dos caminos: que te cuente cómo es, o quo hasta él y te convenzas por tus propios ojos.

−Quiero convencerme por mis propios ojos -dijo Harold.

El deseo de Harold por llegar a ser tan pequeño, más pequeño que un microbio, y ver por dentro de qué estaba formado el granito de arena, conmovió de tal forma a Tizlit, que aquel duendecillo sacó su varita mágica y tocó la frente de su amigo, diciendo:

−¡Viaja viajero, que yo te acompaño con mi pensamiento!

Harold comenzó a reducir de tamaño rápidamente. El duendecillo lo puso en la palma de su mano, levantándolo a la altura de sus ojos. Le hizo un pase mágico y el pequeño quedó envuelto en una transparente esferita de energía.

−A partir de ahora, amigo, podremos conversar por telepatía; cuéntame lo que estás viendo.

El granito de arena estaba sobre la mesita en el centro de un pedazo de papel y se supone que Harold viajaba ahora hacia él, pues había desaparecido de la mano de Tizlit. En el aire, un puntito luminoso que emitía fuertes destellos, fue la única evidencia de aquella conversación. Las dos voces se podían escuchar nítidamente. He aquí la plática:

−No te veo Tizlit, ¡tengo miedo!

−No temas, nada podrá penetrar en la burbuja de energía que te envuelve.

−Te oigo, pero no te veo.

−No me ves, porque soy demasiado grande.

−Oh! Tengo frente a mí un gran planeta amarillo, erizado de puya parece una guanábana.

−No es un planeta; es un grano de polen de malvavisco.

−Allí va una alfombra inmensa; parece de plástico.

−Es un pedacito de piel de lagartija.

−Oh!, allá va una gigantesca nave extraterrestre. Tiene cuatro tubos hacia adelante y cuatro hacia atrás.

−No es ninguna nave. Es un ácaro de los que habitan en el polvo de la ventana.

−¡Qué bello espectáculo! Son millares de luminosas estrellas. Eso debe de ser una galaxia.

−No es ninguna galaxia, Harold, es el polvo de tu estudio, iluminado por los rayos del sol.

−Ahora veo ante mí una inmensa montaña de mármol, qué belleza!

−Acércate más, Harold, que ese es el objeto de tu viaje.

−Es ese el granito de arena?

−Efectivamente.

−¡dáaaaa!

−Acércate más y más, Harold, y continúa narrando.

−¿Tú ves a través de mis ojos?

−Sí; es maravilloso ver a través de los ojos de los demás,

−¡dáaaaa!

−Sigue hablando, amigo.

−Ya no alcanzo a ver el contorno de la inmensa roca; solamente picos, grumos y muchos huecos, −Sigue adelante.

−¡Tizlit!

−Dime!

−Esta roca está viva, ¡tiembla!, ¡tengo miedo!

−No temas, sigue adelante. Efectivamente, la roca está viva. Lo que ves en movimiento son las moléculas.

−Voy a entrar por un gran túnel, temo estrellarme contra esas cosas que se mueven.

−No temas, no te estrellarás. Los campos magnéticos de esas cosas no atraerán tu esfera de protección.

−Ahora estoy como en un espacio interestelar.

−Si te verás más pequeño aún. Ahora el granito de arena es una verdadera galaxia.

−¡Oh qué belleza!,  Lo veo y no lo creo!

--Si. Es increíble, pero cierto. Todo granito de arena ha aumentado al
tamaño de la vía láctea, es como una galaxia. Las moléculas son Constelaciones; los átomos son soles, y los electrones son planetas.

−El mundo está bien hecho. ¿Verdad?

−Efectivamente. Ver para creer.

−¿Por qué mientras yo viajo, los cuerpos celestes parecen inmóviles, si dicen que los electrones giran vertiginosamente alrededor del núcleo?

−Al disminuir el tamaño de quien observa, disminuye también el movimiento en el objeto observado. Tú estás viajando, relativamente, a la velocidad de la luz; por tal razón, ves que los electrones o planetas están inmóviles.

−Tizlit, ¿así son todos los granitos de arena?, ¿todas las cosas?

−Sí, todo; sea grande o pequeño, está hecho de la misma forma.

−¿Y el cuerpo humano?

−El cuerpo humano es la réplica de la creación. Cada órgano es un supergalaxia, y así sucesivamente.

−¿Y dónde está Dios?

−Dios reside en el cerebro; desde allí ordena y gobierna todo el universo,

−¡dáaaaa!

−Bueno, ya llegaste al centro de la galaxia y eres del tamaño de una molécula. Así que no debes disminuir más porque podrías reducirte a un átomo y entonces perderías tu identidad. Es hora de regresar.

¿Mi edad sigue igual? ¿Habré rejuvenecido o envejecido?

Sigues igual, gracias a la burbuja de protección. De lo contrario, por lo vertiginoso del movimiento al cual te has expuesto, se habrían acelerado tus procesos vitales a tal punto que, ya habrías muerto de viejo hace rato.

−¡Tizlit, veo ovnis que centellean como luciérnagas por todas partes!

− ¿Aparecen y desaparecen?

−Sí, parecen chispas de bengala.

−¿Trazan curvas caprichosas?

−Sí. Temo que se vayan a estrellar contra mí!

−Estás viendo los psicotrones, la materia esencial del universo. De eso está formada la mente de Dios y la tuya. ¡Eres afortunado!

!dáaaaa!... ¡regrésame pronto, Tizlit!, ¡regrésame que tengo miedo!

Y así el mágico duendecillo accionó sus poderes para que Harold saliera del granito de arena, aumentara de tamaño, volviera a su mano y luego, 'al taburete donde estaba sentado frente a la mesita de trabajo, antes de emprender el viaje. El chico lucía maravillado y feliz. No era para más. ¿No era para más quién no quisiera viajar a través de los pequeños grandes mundos? Pero ¡ojo! No lo vayas a intentara través de una célula viva!

La abuela regresó de misa. Tizlit hizo su acostumbrada seña de hasta luego con el pulgar levantado y desapareció. En casa todo seguía igual, como si no hubiera pasado nada.

Rodolfo Raúl Reyes Núñez, nació en Lorica Colombia y desde hace 43 años reside en San Miguel de las Palmas de Tamalameque donde ejerció la docencia.

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