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Mostrando entradas de mayo, 2013

Daniel Guevara Prada

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Si a mi vida… Si a mi vida y razón la vencen los años, Existirá un mañana en el que no haya un verso para ti, Entonces serán éstos, plasmados hasta el último hoy, Quienes te cuenten de mis alegrías, y tormentos, pasados. Y al andar por estos senderos inventados En recuerdos que el tiempo hayan malogrado Vivencias tienen que existir, Veras entonces aquel arbolillo en donde aguardaba Y recostados a él en mi pecho te recogías, Ahí deberá estar ese gigante verde que se agrieta como yo, Más por vida que por muerte. Y como tu paso tiempo, en añoranzas vivo, Reclamando siempre el abandonado abrigo, Sin apaciguar el olor a añejo vino que el aire esparce, Esas horas en días y éstos en años pasados, Fueron ya inquietos momentos de sufrimientos y desconsuelos, De gestas de colibrí confesor de las rosas en jardines coloridos, Que no han dado más que un pensamiento ido, cansado de esperarte. Áurea serenata Creo en ti. Y sí creerte me aplaca esta tormenta, Fr

Annabell Manjarrés Freyle

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Que me desgarre un ave Es preferible que me desgarre un ave, A que manos callosas solo busquen moldear mi forma. Que me desgarre un ave hasta sangrar, Y así ver el río púrpura que circula en mi interior. Que sus garras sean tan cristalinas como un grito iracundo, Y que en la profundidad de sus ojos posea el misterio de la creación. Que me desgarre un ave de plumas negras y reflejos violetas, Para que otorgue la forma original A este fondo inacabado . Benjamín Ángel de mi oscuridad Que me ayudas a arrullar al niño Wiwa en mis brazos. Puedo mandar al diablo Todo lo creado en un segundo, Puedo romperlo, y desatarlo, Y luego volver a unirlo para acariciar las cicatrices. Pueden exiliarse los recién llegados, Y vestirse con sus palabras de luces muertas en las mascaradas de los días. Pueden, y lo harán. Aunque en los espejos se marchiten las mentiras,  En tu congoja bendita todas las reglas se rompen. El sonido del Viento El

Alfredo Bermúdez

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SONIDOS ASESINOS              Si Nata y Cami vieran cómo estas manos que ahora ya dominan el piano ultrajan la tierra que está encima de sus tumbas para desenterrarlas, seguro que callarían, no sin antes dejar caer los instrumentos de sus bocas, y dar su consentimiento para que ese silencio cruel, que acaso pareciera escapar de un extraño y triste lamento, tire un punzón contra esa atmósfera limpia y sin más precio que la ternura a la que me acostumbraron en los trece años que las dejé vivir a mi lado. Cami debe haber dejado que su cadáver permanezca igual al noble bálsamo de esa niña que siempre fue, y cuyo rostro cayó de bruces al ordinario piso de acústicos bordes que acabó con la piel que aseguraba su cráneo. Nata por el contrario dejándose seducir por ese brillo de impaciencia que supo mostrarme en los años de casados, se movería a un franco del ataúd consintiendo buscar ese atinado espacio que en tiempos difíciles tanto le sirviera; ya para poner a Cami en guardia sob

Antonio Mora Vélez

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Glitza Glitza estaba sentada en su reclinomática, esperando las noticias del cosmódromo de Libia en el Sahara. Miraba ansiosa a cada instante el videófono, deseosa de contemplar las manos en alto de Vernon, su compañero, despidiéndose para siempre. Más que un torbellino, su cerebro era un tornado de emociones y de ideas; por sus mejillas resbalaban lágrimas de angustia que se coloreaban con la luz multicolor alternada de la lámpara de noche de su sillón electromecánico. Transcurrieron pocos minutos, quince tal vez, antes de que la pantalla se iluminara. Quince minutos durante los cuales Glitza repasó la historia de sus relaciones con Vernon, desde cuando lo conoció en la sala de centrifugación de la Academia Astronáutica, hasta el día en que él le pidió, delante de sus compañeros astronautas, con ocasión de la fiesta de grado justamente, que lo acompañara por el resto de su vida. Recordó las sonrisas de los demás graduandos al escuchar la fórmula empleada por Vernon. "Qu