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Mostrando entradas de septiembre, 2011

Jorge Artel

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Foto tomada de: www.elespectador.com  La  cumbia Hay un llanto de gaitas diluido en la noche. Y la noche, metida en ron costeño. bate sus alas  frías sobre la playa en penumbra, que estremece el rumor de los vientos porteños. Amalgama de sombras y de luces de esperma, la cumbia frenética, la diabólica cumbia, pone a cabalgar su ritmo oscuro sobre las caderas ágiles de las sensuales hembras. Y la tierra. como una axila  cálida de negra, su agrio vaho levanta, denso de temblor, bajo los pies  furiosos que  amasan golpes de tambor. El humano anillo apretado es un carrusel  de carne y hueso, confuso de gritos ebrios y sudor de marineros. de mujeres que saben a la  tibia  brea del puerto. al  yodo fresco del mar, y al aire de los astilleros. Se mueve como una sierpe sonora de cascabeles. al compás de los chasquidos que las maracas alegres salpican sobre las horas desmelenadas de ruido. Es un dragón enroscado brota

David Sánchez Juliao

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El pargo rojo Tomado de  http://www.davidsanchezjuliao.com/cuentos.asp M agdalena Santiago vive –sigue viviendo-- de comprar, limpiar y desescamar pescados a la orilla del mar. Se levanta con los primeros ardores del alba y se va al puerto a esperar el retorno de los pescadores. Allí canta, invariablemente, todos los días a idéntica hora, la misma canción; una tonadilla de aliento africano cuya letra, ella lo ignora, tiene origen en el romancero español:  Rey que sabe/leer y contar/dime cuántas olas/manda la mar.  Acaso aquella liturgia es, además de una orden de su porción de sangre negada, la expresión del sueño incumplido de ser alfabeta. Porque, por el contrario del rey del estribillo, Magdalena ni sabe leer ni sabe contar. Pero tiene un don especial: cuando ha cantado, sin contarlas, diez veces el estribillo, señala en el horizonte las primeras canoas. Magdalena nada sabe de números o letras, pero el cantar le otorga un acertado manejo del tiempo. No es el únic

José Luis González Mendoza

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Tomado del libro: Donde habitan los exilios. Editorial Río de la Plata  Donde habitan los exilios Sabemos cuál fue el sueño de ellos, basta saber que soñaron y están muertos.                                                             William Yeats Hay un lugar en los ocasos de los sándalos, en la encrucijada de la noche y los destierros. Un lugar donde el tiempo, que el hombre cuantifica con el tabaco, se ha detenido en el umbral de la clepsidra. Un lugar donde habitan los exilios. Hay una escuela envejecida por la ficción de la eternidad y las quimeras. Hay un tiempo pétreo y cuaternario. Hay una biblioteca enmohecida por el heráclito río de los griegos. Hay un libro de la biblioteca de los Tolomeos perdurable siempre. Hay una octava bocacciana y una endecha petrarquesca. Hay un viejo códice de la Gesta de Beowulf, de Thorkelín. Hay un haikú de Matsuo  Basho en las paredes carcomidas. Hay una vieja traducción del Sutra  del  diamante de WongJe

Beethoven Arlantt

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CAZADOR CURTIDO Avelino, curtido candor de venados, es el capataz de las ganaderías de Ga rcía. En  los días de trabajo, que son todos sus días, monta en su burro mohíno y sabanea  las tierras sin cercados del potrero inmensurable de García.  En uno de esos días, hace dos años, anduvo  por las lomas de Ovejitas y encontró, entre los  brasiles del  lado derecho del  arroyo de  la Paja Larga, un ternero que  ramoneaba en el  pasto seco. Lo miró y, de un salto, bajó del  burro. Se terció la escopeta y se acercó como se le acercaba  a todas las reses del  patrón García. El  ternero levantó la cabeza  para mirarlo desmontar del  burro. Amusgó las orejas. Avelino se acercó  y observó las ancas del ternero. Buscó las marcas del  hierro de García, dueño del ganado cimarrón de sus potreros más extensos que la vista. Vio la mansedumbre  colorada del  ternero. Entonces estiró su brazo y le sobajeó la frente. Le palmoteó la espaldilla y los costillares. Es un buen cabungo»  pensó. Buscó y