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Mostrando entradas de febrero, 2011

Fernando Denis

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Un ornitólogo prerrafaelista . Pienso en mi dorado siglo diecinueve. Aquí cada verso reclama entre bosques lujosos Y delicadas cumbres de seda Los imperiosos colores que visten a la reina Victoria. Bajo el sueño de rostros de doncella El relámpago enciende mármoles y espejos. Pienso en el mar del siglo diecinueve. En ese enorme lienzo semejante al mar Que estremece el lenguaje. Todo sucede infinitamente en el esplendoroso Plumaje de un pájaro. Pienso en el pájaro que está en la punta del pincel. Y escribo esto porque escribir no es más Que una reflexión sobre la muerte. Ante esta luz que reinventa mi psicología Debo en seguida crear mi propio mito O me veré perdido en el mito de alguien Que no conozco. Si el cielo muriera conmigo en mis ojos abiertos Borraría el crepúsculo. Podría ofrecerla a la reina este puñal ensangrentado Después de mi suicidio. Pienso en la muerte del siglo diecinueve. Muero, quiero entrar en la metamorfosis. Arriba los pájaros trazan la muert

Maryis Del Rosario Pacheco

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El sueño del hermano de Augusto Por: Maryis Del Rosario Pacheco Augusto le terminó de dar el jarabe y no le prestó más atención. Se puso los tenis, cerró la puerta y se fue a trotar. Él siguió acostado en el sofá azul de la sala. Tranquilo. Revisaba las máscaras africanas que colgaban en la pared gris de enfrente. No había comido –recordó–, y no le provocaba nada. La fiebre lo quemaba por dentro, se le antojaba pensar que un baño le calmaría ese incendio interno pero estaba demasiado débil para levantarse. Poco a poco fue cerrando los ojos hasta quedarse dormido nuevamente. Soñó por segunda vez que leía una historia escueta. “Nadie sabía cómo había ocurrido. Una mañana simplemente empezó a llover y al cabo de varias horas las calles y las casas se inundaron. Parecía un río la ciudad. Luego los pianos, y únicamente los pianos, formaron filas, en silencio, y se largaron. Las personas se acostumbraron poco a poco al nuevo estado de la ciudad, otras simplemente h

Carlos César Silva

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SEXO ENTRE ANAQUELES Por: Carlos César Silva Para Natalia, la perversa. Se llama Helena como la princesa troyana cuya belleza fatal inspiró la más delirante guerra de todos los tiempos. Tiene los ojos verdes y los labios carnosos, por sus venas andan pedazos de una Europa inmigrante. Está en la última mesa leyendo País de Nieve de Yasunari Kawabata, alcanzo a ver cómo se deleita (sus mejillas se ponen más rojas, estira sus cabellos dorados, agita su respiración) con aquel amor despiadado de un empresario egocéntrico y una aprendiz de geisha. Desde los nueve años empezó a perderse entre los anaqueles de esta vieja biblioteca. Su madre me la trajo una tarde para que la ayudara con los trabajos del colegio, principalmente con los de Historia y Geografía que mucho la atormentaban, y Helena quedó fascinada con el laberinto (ella dice, como haciendo una distinción, que es un universo, pero es lo mismo) que encontró a su disposición. Sus primeras lecturas fueron Las Mil y Una No

Roberto Montes Mathieu

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Tarea sobre el pene Por Roberto Montes Mathieu Tengo quince años, estudio secundaria. Una que otra espinilla me fastidia, mamá me dice cada rato, no te toques eso porque te queda la cara marcada, pero me gusta sentir como se espichan. Es como una sensación de tranquilidad y alivio. Ya eres un hombrecito, dice papá, cuando ve la sombra que se insinúa sobre mi bozo. Pronto estarás saliendo con muchachas. Y yo siento, pero no le digo, que se me para sólo con pensar en mujeres. Y me gusta pensar en ellas, en las artistas de cine que lo muestran todo, tan voluptuosas, o las que veo desfilar en interiores en la televisión. Unas buenas piernas y unas buenas caderas me lo mantienen templado largo rato. A veces no resisto el deseo y me voy al baño pensando en ellas, en cómo se mueven cuando caminan. Me gustan las mujeres mayores, son apetecibles y menos complicadas, como algunas que pasan contorneándose frente a mi casa con unos cuerpos que me privan, diferentes a una vecina de