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Mostrando entradas de octubre, 2012

Nobel de Gabo 21 de Octubre de 1982

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La soledad de América Latina [Discurso de aceptación del Premio Nobel 1982 -Texto completo] Gabriel García Márquez Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo, escribió a su paso por nuestra América meridional una crónica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación. Contó que había visto cerdos con el ombligo en el lomo, y unos pájaros sin patas cuyas hembras empollaban en las espaldas del macho, y otros como alcatraces sin lengua cuyos picos parecían una cuchara. Contó que había visto un engendro animal con cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballo. Contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen. Este libro breve y fascinante, en el cual ya se vislumbran los gérmenes de nuestras novelas de hoy, no es ni mucho menos el

Argemiro Menco Mendoza

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DEL TRISTE DUEÑO DE LA SOMBRA Sombra de un hombre, encogiéndose con el andar de la mañana, estirándose con el declive de la tarde. La sombra, un alma que naufraga. Ver que no somos ya ni la sombra de esa sombra. Ayer no más, su compañía, en el relleno del vacío. Sombra viajera, sombra sin norte en el plano gris del desencanto. La sombra marchó linchada por el dolor de su raíz adolorida. ¡Oh, la sombra trabajando su milagro! ¡Oh, si la sombra, al final de su tristeza, enterrara su cuerpo en arenas vivientes de la noche! ECLIPSE Unión global. El Sol copula con la Luna. Desnudez. Cuerpos cósmicos proyectando las sombras del asedio. Las pasiones estelares estimulan la presencia del ojo humano, multivista. Frente a una cama del universo, en posición erecta, se excitan los asombros. Somos televidencia erotizada. A la Tierra descienden cristales serenos, agua poética de amor, la lluvia que fecunda. El amor sideral es un polen enc

Eddie José Daniels García

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“Mi nombre es...” A E. C. Meza Rosales, a quien el Destino le dio un premio para toda la vida . Desde la mañana en que el profesor de literatura universal, un anciano bonachón de chivera nevada y puntiaguda y bigotes ensortijados que vestía siempre de camisa y pantalones negros y corbata roja, cuando yo culminaba mis estudios superiores en la universidad local, hizo un alto elogio de mi nombre remontándose a lo más profundo de las raíces griegas, siempre lo llevé con orgullo, al expresarlo y al escribirlo ante los demás, pues hasta ese día, le había reprochado a mis padres que me hubiesen bautizado con un nombre de vieja que, ante mis amigas y amigos se me llenaba la cara de pena y de vergüenza. En mi primer día de clases, cuando apenas tenía cinco años, en el jardín infantil de mi pueblo que lo atendía la señora Altagracia Dos Santos, y al que asistíamos todos los niños y niñas de mi edad, mis compañeritos se rieron y se burlaron al escuchar mi nombre. -Tienes nombre