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Mostrando entradas de agosto, 2011

Jorge Marel

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PALABRA  DE HONOR Os doy mi palabra No palabras  cruzadas Jamás  palabras  mayores Mucho  menos  la palabra encarnada Solamente mi palabra Os doy mi palabra A media palabra Tratando de medir mis palabras Palabra  por  palabra Os doy  mi palabra No me dejéis con la palabra en la boca        Yo soy un hombre de palabra           Yo no tengo más que una palabra Palabra de honor. DISCURSO EN BENARES SOBRE LAS VANIDADES  DEL MUNDO Mirándonos en absoluto silencio con una flor en su mano Buda   El Iluminado no requirió de las palabras EPITAFIO PARA EL POETA LIPO Ebrio en un  río, una noche se bebió la muerte en el cáliz plateado de la luna... EPITAFIO PARA EDGAR LEE MASTERS Fue el poeta de tos mil epitafios escritos en la colina de Spoon  River. Ahora, bajo tantos nombres, bajo tantas frases y fechas, también él está muerto. GRAFITII DE LA SOLEDAD a Jorge  Valencia  Jaramillo Alguien

Candelario Obeso

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CANCION DER BOGA AUSENTE A los señores Rufino Cuervo y Miguel Antonio Caro Qué trite que etá la noche, La noche qué trite etá; No hay en er cielo una etrella Remá, remá. La negra re mi arma mía, Mientra yo brego en la má, Bañao en suró por ella, ¿Qué hará? ¿Qué hará?  Tar vé por su zambo amao Doriente sujpirará, O tar vé ni me recuerda... ¡Llorá! ¡Llorá!  La jembras son como toro Lo r'eta tierra ejgraciá; Con acte se saca er peje Der má, der má  Con acte se abranda er jierro, Se roma la mapaná... Cojtante y ficme? laj pena! No hay má, no hay má!...  Qué ejcura que etá la noche, La noche quéejcura etá; Asina ejcura é la ausencia Bogá, bogá! CANCION DEL BOGA AUSENTE A los señores Rufino Cuervo y Miguel Antonio Caro Qué triste que está la noche; La noche qué triste está, No hay en el cielo una estrella. ¡Remá, remá!  La negra del alma mía, Mientras yo briego en la mar , Bañado en sudor por ella, ¿Qué hará? ¿Qué hará?  Tal vez

Mary Daza Orozco

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CUANDO LAS ANIMAS SE ASOMAN ¡POBRE ALMA QUE CRUZ Ó VALLES Y MONTFS Y DEJÓ EN LOS BRUMOSOS HORIZONTES IDEALES Y SUS RITOS MUERTOS! RICARDO NIETO Su figura núbil, de carnes mórbidas, muslos largos y curvas inquietantes, se patentaba a través del balandrán que usaba como vestido. Esperaba tranquila el fin de la rutina para irse a dormir. Su   vida no tenía más horizontes que las cuatro paredes de la vieja casa y las creencias indeclinables que marcaban, desde su nacimiento, su derrotero cotidiano. Observó una y otra vez el ambiente impregnado de olores desvaídos, adornado por innumerables pares de ojos de colores, instalados en todos los huecos de las paredes y ventanas. Eran ojos tristes y quietos que la observaban. Eran ojos luminosos, parecían luceros nostálgicos suspendidos en el domo negro de la noche pueblerina, con la diferencia de que ellos permanecían allí a pesar de las lluvias, las brisas, las sombras; en cambio, los luceros huían