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EL PESO DE LA CARRETA

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  La lluvia de fuego que el sol emite castiga su cuerpo sudoroso. Empuja resoplando la carreta donde carga su esperanza desvaída. Los autos pasan rugiendo a su alrededor en una danza de muerte que él aprendió de memoria hace algunos meses. No siente miedo; no es que sea valiente, es que engavetó sus temores en lo más profundo de su alma. Algunos conductores le lanzan improperios. No responde: solo empuja su carreta con el terco afán de salir de la avenida cuando cambie el semáforo. El semáforo cambia a verde. Él se apresura a cruzar a la izquierda. Busca la calle más tranquila y de escaso tráfico. Se detiene con su carreta bajo la sombra que proyecta un árbol en la acera. Descansa. Disfruta de la suave brisa que golpea su rostro y mitiga su amargura. El sol está ahí, a dos metros, esperándolo fuera de la silueta de sombra del árbol bondadoso. Siente deseos de no seguir; añora su finca, su vida en el campo. Siente nostalgias por su pasado, por su tierra. Aún recuerda los amaneceres,

ANOCHE SALIÓ LA LLORONA

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Por: Diógenes Armando Pino Ávila A lo lejos el dum - dum de las tamboras se oía melancólico a veces, alegre y picantes otras. En la oscuridad de la noche, rota a trechos, por las pálidas luces que arrojaban las "luminarias" de petróleo, puestas sobre asientos de madera, en las puertas de las casas, dando a las calles un pálido matiz con visos fantasmales. Sentados sobre la arena, formando un círculo, estamos los muchachos de la cuadra rodeando a SIXTO CADENA, el viejo fumador de tabaco, que nos entretiene la prima noche, con sus largos cuentos inacabables, de "Juan, Pedro y Manuelito", cuando no, de un rey que tenía tres perros: "Vuela por los aires, Rompe Cadena y Rompe Candados". Esa noche nos contaba las aventuras de "Tío Conejo", quien, con dos enormes piedras, le había machacado las güevas, a su eterno rival, el Tío Tigre", haciéndole creer que eran curumutas. La brisa fresca de la noche, nos traía envuelta en ella, las no

Solo 12 horas para salvarlo

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 Gabriel García Márquez De Cuando era feliz e indocumentado (Recopilación de crónicas y reportajes en Caracas)  Este niño de 18 meses, condenado a muerte por la leve mordedura de un perro, sólo tenía un sábado de vida. La única droga que podía derogar la sentencia se hallaba a 5.000 kilómetros. Había sido una mala tarde de sábado. El calor empezaba en Caracas. La avenida de Los Ilustres, descongestionada de ordinario, estaba imposible a causa de las cornetas de los automóviles, del estampido de las motonetas, de la reverberación del pavimento bajo el ardiente sol de febrero y de la multitud de mujeres con niños y perros que buscaban sin encontrarlo el fresco de la tarde. Una de ellas, que salió de su casa a las 3.30 con el propósito de dar un corto paseo, regresó contrariada un momento después. Esperaba dar a luz la semana próxima. A causa de su estado, del ruido y el calor, le dolía la cabeza. Su hijo mayor, 18 meses, que paseaba con ella, continuaba llorando porque u

Rulfo: el hacedor de muertos

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Por: Jesús Maria Stapper. En las remotas cosmogonías del pretérito y (del futuro) los dioses y sus Olimpos son los hacedores de los paraísos y de La Vida. Crean seres de barro y sangre que gimen para gritar que existen. En los mundos imperfectos del siglo XX, Juan Rulfo a través de Pedro Páramo y de sus obras es el ¡Hacedor de muertos! que pululan y de un ¡Mundo Subterráneo! donde campea la muerte. Su palabra rompe espejos para multiplicar occisos. En Comala instalada en -cualquier lugar- del pecho o del Universo, indica la exactitud de lugares donde los muertos no son cadáveres en descomposición… sólo son mujeres y hombres harapientos y finados que acampan festivos y nostálgicos, sepultados bajo un metro de tierra. Ellos hacen desde lo anónimo: rituales sagrados y orgias de mezcal y aguardiente para claudicar en los avernos en derrota. Aunque fenecidos sufren menos que -Los miserables- de Víctor Hugo. Recordamos que por momentos somos sin discrepancias… un tal: Jean Valjean. Los s

EL ESPEJO CHINO

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Cuento anónimo Un campesino chino se fue a la ciudad para vender la cosecha de arroz y su mujer le pidió que no se olvidase de traerle un peine. Después de vender su arroz en la ciudad, el campesino se reunió con unos compañeros, y bebieron y lo celebraron largamente. Después, un poco confuso, en el momento de regresar, se acordó de que su mujer le había pedido algo, pero ¿qué era? No lo podía recordar. Entonces compró en una tienda para mujeres lo primero que le llamó la atención: un espejo. Y regresó al pueblo. Entregó el regalo a su mujer y se marchó a trabajar sus campos. La mujer se miró en el espejo y comenzó a llorar desconsoladamente. La madre le preguntó la razón de aquellas lágrimas. La mujer le dio el espejo y le dijo: -Mi marido ha traído a otra mujer, joven y hermosa. La madre cogió el espejo, lo miró y le dijo a su hija: -No tienes de qué preocuparte, es una vieja.

Un gato cruzando una esquina

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Escrito por Gabriel García Marquez Había cumplido cincuenta y nueve años, y era enorme y demasiado visible, pero no daba la impresión de fortaleza brutal que sin duda él hubiera deseado, porque tenía las caderas estrechas y las piernas un poco escuálidas sobre sus bastos. Parecía tan vivo entre los puestos de libros usados y el torrente juvenil de La Sorbona que era imposible imaginarse que le faltaban apenas cuatro años para morir. Por una fracción de segundo ―como me ha ocurrido siempre― me encontré dividido entre mis dos oficios rivales. No sabía si hacerle una entrevista de prensa o solo atravesar la avenida para expresarle mi admiración sin reserva. Para ambos propósitos, sin embargo, había el mismo inconveniente grande: yo hablaba desde entonces el mismo inglés rudimentario que seguí hablando siempre, y no estaba muy seguro de su español de torero. De modo que no hice ninguna de las dos cosas que hubieran podido estropear aquel instante, sino que me puse las manos en bocina