Diógenes Armando Pino
Un secreto para ser contado
Por: Diógenes Armando Pino Avila
A Joaquín y Arquímedes, y a
todos los que como yo, también tienen sus amigos.
1
Este es un secreto que he
guardado toda la vida y que hoy después de consultar con mamá y obtener su
visto bueno te lo quiero contar, para que sepas de primera mano qué es lo que
pasa y no le pongas atención a las murmuraciones. Tu compromiso es: escuchar y
no repetir, pues debes guardar mi secreto y no traicionar la confianza que
deposito en ti.
Comenzaré contándote que desde
muy niño tengo un amigo, creo que antes que yo naciera ya contaba con su
amistad. Su nombre es Miguel, ¿Miguel qué? Hummm, no se su apellido, nunca me
lo ha dicho, o mejor, nunca se lo he preguntado, pues sí, ¿para qué el
apellido? si siempre estamos los dos solos y tenemos que jugar y hablar escondidos
donde nadie nos vea.
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Joaquín |
Cuando niños sí, jugábamos
delante de la gente y permanecíamos hablando de cualquier cosa, temas de niños,
digo yo, pero cuando comencé a asistir al colegio sobrevinieron los problemas,
pues los otros niños le dijeron a la maestra que yo me la pasaba jugando y
hablando solo, he hicieron una ronda y me corretearon por todo el patio del
colegio gritando en coro que yo estaba loco y fue tal el alboroto armado, que
salieron todas las maestras y la directora del plantel y casi que a la fuerza
me rescataron de la turba infantil que me gritaba y me zarandeaba de un lado a
otro.
Asustado, en los brazos de
mi maestra, lloraba y miraba a todos lados en busca de mi amigo, hasta que le
vi con el rostro enjugado en lágrimas, todo tembloroso escondido detrás de unas
matas de bambú que le proveía de sombra al patio de la escuela. Me hizo señas y
con un dedo sobre sus labios me pidió que no hablara de él con las maestras. Le
hice caso y cuando me llevaron a la rectoría y me interrogaron sobre lo
ocurrido, tuve gran cuidado de no mencionarlo.
La directora me miraba
fijamente con esos ojos de lechuza, que escondía detrás de las gruesas lentes
de montura de carey, y al ver que no podía sacarme ninguna información, le dijo
con seño adusto a mi maestra «La mamá de
este niño debe venir hoy a hablar conmigo, ¡llámela!» esa sentencia me
asustó mucho más, con la mirada busqué a mi amigo, él desde un rincón me hizo
señas encogiéndose de hombros, yo entendí lo que me quería decir y me
tranquilicé. Mi maestra levantó el teléfono y marcó el número de mi mamá,
conversó con ella y sin mayores detalles le dijo que había un problema conmigo,
que era necesario que viniera a la escuela de inmediato.
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Arquímedes |
Le llevó aproximadamente
media hora hacerle una exposición de psicología, para explicar que yo era un
niño con problemas, con un comportamiento anormal, pues acostumbraba a jugar y
a hablar solo y que los demás niños de la escuela me creían loco, que hablara
conmigo para que modificara mi comportamiento o me pusiera en manos de un
psicólogo. Mamá le escuchó con mucha atención y cuando terminó le pidió
amablemente que nos dejara solos en la rectoría para hablar conmigo. Salieron,
mamá cerró la puerta y apretándome contra su pecho me besó de nuevo, llamó a mi
amigo Miguel lo sentó en las piernas y nos dijo «La amistad de ustedes no se va acabar, pero han de tener más cuidado,
deben jugar y conversar tan solo en la casa, por eso, Miguel —le acarició
el cabello— tú no debes acompañar a José
al colegio, la gente no puede verte, se extraña, y cree que él habla solo, a
partir de este momento te vas conmigo y no sales de la casa, espera a que José
llegue y ahí sí, pueden jugar y hablar el tiempo que quieran» —me besó, tomo
a Miguel de la mano y salió de la rectoría, llamó a la rectora y le dijo— «Asunto arreglado, no volverá a suceder»—se
despidió y salió con una sonrisa radiante en su rostro llevando de la mano a mi
amigo que con su mano blanca me hacía señas de adiós.
2
Después del episodio en la
escuela las cosas cambiaron. Solo en casa, en un corredor enorme que
hay en el patio, jugaba y hablaba con Miguel, mamá solo participaba para
apaciguar los ánimos exaltados, ya que algunas veces subíamos la voz.
Miguel y yo corríamos en el
espacioso patio, jugábamos a las escondidas, yo estaba cansado —Miguel nunca se
cansa— y tenía que esconderme, corrí hacia la casa, al entrar oí a mamá
hablando animadamente con otra mujer, entré en puntillas al dormitorio, ¡vaya
sorpresa! Ahí estaba mamá sentada en la cama hablando con una señora de su
misma edad, con un enorme parecido a mi amigo. Mamá al ver mi rostro de
sorpresa, soltó la risa y me dijo «Ella
es mi amiga Marce, es la mamá de Miguel» ésta inclinó su cabeza en gesto de
saludo y me sonrió. Mamá me explicó que era su amiga desde la infancia, y que
como las demás personas no la podían ver, entonces se la pasaban hablando en el
dormitorio. Ahí comprendí por qué en las noches escuchaba conversando a mamá
con otra mujer. A partir de entonces fuimos una gran familia que en la soledad
de la casa hablábamos de temas variados y departíamos largos ratos en una
amistad inigualable, claro, los vecinos comenzaron las murmuraciones, que aún
subsisten.
3
Pensé que mamá y yo éramos los
únicos que teníamos este tipo de amistades. Estaba equivocado, un día me di
cuenta que no, pues en el pueblo existen dos personas a las que quiero mucho y
que desde siempre me han llamado poderosamente la atención son ellos Joaquín y
Arquímedes, con los que me la llevo muy bien, (demasiado bien dicen algunos de
los amigos que conocen de esta amistad.).
Nunca andan juntos, pues
cada uno tiene sus propios hábitos. Joaquín, es feliz caminando a grandes
zancadas por el muro de contención que bordea a Tamalameque y protege de las
inundaciones del río, extendiendo sus recorridos por la calle Palmira el barrio
de los pescadores, hasta el final de la calle del comercio en el sector
conocido como El Colorado.
Joaquín tiene la rara
tendencia de ponerse un pantalón encima del otro lo mismo que dos camisas y
acostumbra a cargar colgado al cuello unas cuerdas de las cuales penden como
cuentas de collar, una infinidad de artículos usados que van desde lapiceros,
peinillas, envases de desodorantes, y elementos que él pacientemente va
coleccionando para lucir con su particular atuendo. Ah, olvidaba mencionar que
le gusta usar una cinta rodeando su cabeza a la altura de la frente y en ella
porta plumas de gallina, como penacho, al mejor estilo indígena.
En cambio mi amigo
Arquímedes es más urbano, su recorrido lo hace por el centro del poblado y lo
termina generalmente en la puerta central de la iglesia, donde se pone de
rodillas y eleva su acostumbrada oración al Santísimo. Sobre su atuendo te
diré, usa, al igual que Joaquín, varios pantalones y varias camisas una encima
de otra, a pié descalzo, en su hombro porta partes de una atarraya vieja y en
el otro hombro carga una vara en cuyo extremo cuelga un lío de ropas viejas
donde cubre una serie de cachivaches inservibles que colecciona.
Son dos seres que deambulan
por las calles de Tamalameque. Para mí, gente normal. Para el resto de la
comunidad no, La gente dice cosa de ellos, porque sus atuendos no son los
convencionales, y aparentemente permanecen hablando solos unas conversaciones
interminables. Ya habrás adivinado con quién hablan, pues sí, también tienen
sus amigos que las demás personas no pueden ver.
Yo que tengo la dicha de ver
al amigo de Joaquín y al amigo de Arquímedes te voy a contar lo siguiente: El
amigo de Joaquín se llama Gregorio, tiene aproximadamente la misma edad de él,
viste camisa verde y pantalón blanco de botas anchas, es de piel morena y de
cabellos crespos, muy parecido y un poco mayor que mi amigo Miguel, pobrecito
siempre que le veo lo noto cansado, chorreándole sudor por la frente, caminando
casi al trote, tratando de alcanzar a Joaquín que camina a grandes zancadas y
no precisamente por la sombra. El otro día le oí quejarse de que mantenía
ampollas en los pies por las largas caminatas, pero Joaquín no le escucha, pues
sus temas y discusiones datan de 25 años atrás donde en una madrugada se le
paró el reloj del tiempo y en su cerebro se detuvo la historia, desde entonces,
solo habla del pasado como si fuera su presente y las personas que menciona se
han ido o están muertas que es lo mismo.
El amigo de Arquímedes se
llama Víctor, es de tez blanca y cabellos negros, su rostro también es parecido
al de Miguel, viste camisa y jean azul, es un hombre pausado, reflexivo, casi
un sabio, muy decente, pues nunca le he escuchado una mala palabra y siempre
está diciéndole a Arquímedes que guarde la compostura, sobre todo cuando se
enoja con los jóvenes del pueblo que le hacen burlas.
4
Por razones de trabajo tuve
que mudarme a un pueblo cercano, La Jagua de Ibiríco. Allí conocí a una anciana,
se llama Carmen Elena. Ella permanece sentada en un escaño de la plaza
principal, es una morena de baja estatura que tiene aproximadamente 85 años, su
atuendo es especial, faldas y blusas color beige con un trapo del mismo color
que le sirve de tocado con que cubre su revuelta cabellera blanca, carga en su
cabeza un lío de ropas, pues lleva su equipaje encima, ella no solo tiene un
amigo, tiene dos, y hablan todo el tiempo con ella; me llamó mucho la atención
que cuando yo pasaba a su lado, muy disimuladamente me daban la espalda, por lo
cual no podía verles la cara.
Un día tomé la decisión de
hablar con Carmen Elena y tomando como pretexto regalarle una empanada, le puse
conversación y le pedí permiso para sentarme a su lado en el andén, ella sonrió
ampliamente y asintió con la cabeza, incluso pienso que me miró con alegría, le
dijo al amigo que estaba a su derecha que se corriera un poco, este lo hizo y yo
me senté entre los dos, iniciamos una conversación trivial, ella quería saber
sobre mi vida y cuando comencé a contársela me interrumpió y dijo que ya la
conocía que le hablara de otra cosa, comencé a hablarles de mi amigo de
infancia y el amigo de ella que estaba a su izquierda terció diciendo «eso lo sabemos».
Entonces el otro amigo de
ella el que estaba a mi derecha me dijo –«cuenta
algo que no sepamos» En ese momento le miré la cara y me sorprendí
grandemente, giré la vista y miré la cara del otro y fue mayor mi asombro, el
de mi derecha era muy parecido a Víctor el amigo de Arquímedes y el de mi
izquierda se parecía a Gregorio el amigo de Joaquín, me miraron y se rieron,
más que todo Carmen Elena y haciéndome un guiño con sus ojos me invitó a
proseguir la charla, muy entrecortadamente dialogué con ellos por algunos
minutos, le brindé la empanada a Carmen Elena y me despedí con el compromiso de
volver.
Desde que hablé con ellos no
he podido olvidarlos, cuando regresé a casa en Tamalameque, le comenté a mamá
lo que había pasado y le pregunté qué opinaba, ella se rió como siempre con su
risa franca y me dijo –«No te preocupes,
ellos son iguales y los mismos!»
Si lo dijo mamá tiene que
ser verdad, pues ella nunca se equivoca cuando de amigos de infancia se trata.
La Jagua de Ibiríco
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Buen día.