Lord Byron

Canción del corsario
En su fondo mi alma lleva un tierno secreto
Solitario y perdido, que yace reposado;
Mas a veces, mi pecho al tuyo respondiendo,
Como antes vibra y tiembla de amor, desesperado.

Ardiendo en lenta llama, eterna pero oculta,
Hay en su centro a modo de fúnebre velón,
Pero su luz parece no haber brillado nunca:
Ni alumbra ni combate mi negra situación.

¡No me olvides!... Si un día pasaras por mi tumba,
Tu pensamiento un punto reclina en mí, perdido...
La pena que mi pecho no arrostrara, la única,
Es pensar que en el tuyo pudiera hallar olvido.

Escucha, locas, tímidas, mis últimas palabras-
La virtud a los muertos no niega ese favor-;
Dame... cuanto pedí. Dedícame una lágrima,
¡La sola recompensa en pago de tu amor!...


A la luna
¡Sol del que triste vela,
Astro de cumbre fría,
Cuyos trémulos rayos de noche
Para mostrar sombras sólo brillan!

¡Oh, cuánto se asemeja
De la pasada dicha
Al pálido recuerdo que del alma
Sólo hace ver la soledad sombría!

Reflejo de una llama
Oculta o ya extinguida,
Llena la mente pero no la enciende;
Vive en el alma pero no la anima.

Descubre, como tú, sombras
Que esmalta o acaricia
Y, como a ti, tan solo la contempla
El dolor mudo en ferviente vigilia.


Estancias a un aire indostático
¡Oh tú, mi triste y solitaria almohada!,
Tráeme dulces sueños para preservar mi corazón del quebranto,
A cambio de las lágrimas que sobre ti derramé despierto;
No me dejes morir hasta que vuelva sobre esas olas.


Estrofas para música. Ninguna de las hijas de la belleza
Ninguna de las hijas de la belleza
Tiene la magia que tú tienes;
Y es para mí tu dulce voz
Como música en el agua:
Como si su sonido hiciera
Detenerse al encantado océano,
Resplandecen las olas en su quietud
Y parecen soñar los sosegados vientos.

Y la luna de la medianoche teje
Sobre el mar su brillante cadena;
Su pecho palpita suavemente
Como un niño dormido:
Así el espíritu se inclina ante ti,
Para escucharte, para adorarte;
Con la emoción suave y profunda
De las olas de un mar de Verano.


A la luna
¡Sol del que triste vela,
Astro de cumbre fría,
Cuyos trémulos rayos de noche
Para mostrar sombras sólo brillan!

¡Oh, cuánto se asemeja
De la pasada dicha
Al pálido recuerdo que del alma
Sólo hace ver la soledad sombría!

Reflejo de una llama
Oculta o ya extinguida,
Llena la mente pero no la enciende;
Vive en el alma pero no la anima.

Descubre, como tú, sombras
Que esmalta o acaricia
Y, como a ti, tan solo la contempla

El dolor mudo en ferviente vigilia.

Lord Byron
(George Gordon; Londres, Gran Bretaña, 1788-Missolonghi, actual Grecia, 1824) Poeta británico. Perteneciente a una familia de la aristocracia de su país, perdió a su padre a los tres años. En 1798, al morir su tío abuelo William, quinto barón Byron, heredó el título y las propiedades.
Educado en el Trinity College de Cambridge, etapa en la que curiosamente se distinguió como deportista, a pesar de tener un pie deforme de nacimiento, Lord Byron vivió una juventud amargada por su cojera y por la tutela de una madre de temperamento irritable. A los dieciocho años publicó su primer libro de poemas, Horas de ocio, y una crítica adversa aparecida en el Edimburgh Review provocó su violenta sátira titulada Bardos ingleses y críticos escoceses, con la que alcanzo cierta notoriedad.

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