James Joyce
Vientos de mayo, que bailan en el mar
Vientos de
mayo, que bailan en el mar
En jubiloso
círculo
De ola en
ola, mientras que en la cresta
La espuma
asciende para ser coronada
En arcos
plateados que cruzan el aires,
¿Han visto a
mi amada por ahí?
¡Ay de mí,
ay de mí
Con estos
vientos de mayo!
Solo
Grises,
doradas redecillas
De la luna
hacen de toda la noche
Un velo; los
faroles del lago
Dormido
arrastran zarcillos de laburnio.
Los astutos
juncos susurran
Un nombre a
la noche, el nombre de ella,
Y toda mi
alma es una delicia,
Vergüenza
que se desmaya.
Sal, mi alma, de los helados sueños
Sal, mi
alma, de los helados sueños,
Del profundo
sueño del amor y de la muerte,
Pues ¡mira!
de suspiros se llenan los árboles
Cuyas hojas
reprende la mañana.
Domina al
este la gradual aurora
Donde brotan
suaves fuegos,
Agitando
aquellos velos
De gris telaraña
de oro.
Mientras
dulce, gentil, secretamente,
Repican las
campanas de flores matinales
Y el sabio
coro de hadas
Empieza
(¡innúmero!) a escucharse.
Recuerdo de quienes a la medianoche se
hablan ante el espejo
Mascullando
el lenguaje del amor.
Rechinando
los trece dientes de tus magras
Mandíbulas
con una mueca. Tu inquietud
Y tu miedo
azotando. En ti el aliento
Del amor se
ha hecho viejo, fue dicho
Y cantado,
tan agrio como aliento de gato,
Áspera
lengua.
Este gris
que te clava los ojos
No miente,
escueta piel y hueso.
Su beso
grasientos deja los labios.
Ninguno
escogerá a la que tú ves
Para
mascullarla. Hambre terrible
Sostiene su
hora. Ánimo y adelante,
Corazón
tuyo, sangre salobre, fruto
De lágrimas.
Ánimo y a devorar.
¿Quién va entre la espesura del bosque?
¿Quién va
entre la espesura del bosque
Con la
primavera adornándola toda?
¿Quién va
entre el alegre bosque verde
Para hacerlo
aún más alegre?
¿Quién pasa
a la luz del sol
Por senderos
que reconocen la sutil huella?
¿Quién pasa
por la dulce luz del sol
Con aire
virginal?
Todos los
caminos del bosque
Brillan con
un fuego dorado y suave:
¿Por quién
porta el soleado bosque
Tan bello
atuendo?
Ah, es por
mi bella amada
Que los
bosques lucen sus mejores galas;
Ah, es a
nombre de mi amada,
Que luce tan
joven y tan bella.
Qué contento me sentiría en ese pecho
Qué contento
me sentiría en ese pecho
(Qué dulce y
qué bello es!)
Donde ningún
ventarrón pudiera tocarme.
Por motivos
de triste austeridad
Cómo me
gustaría estar en ese pecho.
Me quedaría
por siempre en ese corazón
(¡Toco
suavemente y suavemente le suplico!),
Donde sólo
la paz me corresponde.
La
austeridad sería más dulce
Si por
siempre estuviera en su corazón.
¿Qué consejo la Luna encapuchada...?
¿Qué consejo
la Luna encapuchada te ha
Sembrado en
el corazón, mi tímida hermosura,
De Amor en
antiguo plenilunio,
De gloria y
estrellas a sus pies,
Que no es
sino pariente y amiga
Del fraile
capuchino?
Créeme pues
mi sapiencia
Es
desconfianza a lo divino,
La gloria
brilla en aquellos ojos
Y tiembla a
la luz de las estrellas. ¡Mía, solo Mía!
Que no haya
más lágrimas ni en la luna o la neblina
Para ti mi
bien sentimental.
Por la tierra y por el aire las cuerdas
Por la
tierra y por el aire las cuerdas
Endulzan la
música;
Cuerdas que
bogan por el río
Al encuentro
de los sauces.
Por todo el
río se oye música
Porque por
ahí vaga el Amor,
Cual pálidas
flores sobre su manto
Y hojas
oscuras en el cabello
Todos tocan
en sordina,
La cabeza
inclinada hacia la música,
Los dedos
recorriendo
Su
instrumento.
James Augustine Aloysius Joyce (Dublín, 2 de febrero de 1882 –
Zúrich, 13 de enero de 1941) fue un escritor irlandés, reconocido mundialmente
como uno de los más importantes e influyentes del siglo XX. Joyce es aclamado
por su obra maestra, Ulises (1922), y por su controvertida novela posterior,
Finnegans Wake (1939). Igualmente ha sido muy valorada la serie de historias
breves titulada Dublineses (1914), así como su novela semi autobiográfica
Retrato del artista adolescente (1916). Joyce es representante destacado de la
corriente literaria denominada modernismo anglosajón
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