Charles Pierre Baudelaire
Lesbos
Madre de los
juegos latinos y de las voluptuosidades griegas,
Lesbos, en
la que los besos, lánguidos o gozosos,
Cálidos como
soles, frescos como sandías,
Constituyen
el ornato de noches y días gloriosos;
Lesbos,
donde los besos son como cascadas
Que se vuelcan
sin temor en los abismos insondables,
Y corren,
sollozantes y cacareantes, a borbotones,
Tempestuosos
y secretos, hormigueantes y profundos;
¡Lesbos,
donde los besos son como las cascadas!
Lesbos,
donde las Frinés una a la otra se atraen,
Donde jamás
un suspiro queda sin eco,
Al igual de
Pafos las estrellas te admiran,
¡Y Venus
tiene justo derecho para celar a Safo!
Lesbos,
donde las Frinés una a la otra se atraen,
¡Lesbos,
tierra de noches cálidas y lánguidas,
Que reflejan
en sus espejos, estéril voluptuosidad!
Donde las
muchachas de mirar profundo en sus cuerpos amorosos,
Acarician
los frutos maduros de su nubilidad;
Lesbos,
tierra de noches cálidas y lánguidas,
Deja del
viejo Platón fruncirse el ceño austero;
Tú logras tu
perdón con el exceso de los besos,
Reina del
dulce imperio, amable y noble tierra,
Y de los
refinamientos siempre inagotables.
Deja del
viejo Platón fruncirse el ceño austero.
¡Tú logras
tu perdón del eterno martirio,
Infligido
sin cesar a los corazones ambiciosos,
Que aleja de
nosotros la radiante sonrisa
Entrevista
vagamente al borde de otros cielos!
¡Tú logras
tu perdón del eterno martirio!
¿Quién entre
los Dioses osará, Lesbos, ser tu juez
Y condenar
tu frente palidecida en las empresas,
Si sus
balanzas de oro no han pesado el diluvio
De lágrimas
que al mar han vertido tus arroyos?
¿Quién entre
los dioses osará, Lesbos, ser tu juez?
¿Qué quieren
de nosotros las leyes de lo justo y de lo injusto?
¡Vírgenes de
corazón sublime, honor del archipiélago,
Vuestra
religión como otra cualquiera es augusta,
Y el amor se
reirá del Infierno y del Cielo!
¿Qué quieren
de nosotros las leyes de lo justo y de lo injusto?
Porque
Lesbos, entre todos, me ha escogido sobre la tierra
Para cantar
el secreto de sus vírgenes en flor,
Y fui desde
la infancia admitido en el negro misterio
De las risas
desenfrenadas mezcladas a las sombrías lágrimas;
Porque
Lesbos, entre todos, me ha escogido sobre la tierra
Y desde
entonces vigilo en la cima del Leucates,
Como un
centinela de mirar penetrante y seguro,
Que acecha
noche y día, brick, tartana o fragata,
Cuyas formas
a lo lejos se estremecen en el azur;
Y desde
entonces vigilo en la cima del Leucates
Para saber
si la mar es indulgente y buena,
Y entre los
sollozos que en la roca repercuten
Una tarde
volverá hacia Lesbos, que perdona,
El cadáver
adorado de Safo, que partió
¡Para saber
si la mar es indulgente y buena!
¡De la
máscula Safo, que fue amante y poeta,
Más hermosa
que Venus por sus sombrías palideces!
—La mirada
de azur vencida es por ojos negros que manchan
El círculo
tenebroso trazado por los dolores
De la
máscula Safo, que fue amante y poeta!
—Más hermosa
que Venus, irguiéndose sobre el mundo
Y derramando
los tesoros de su serenidad
Y el
centellear de su blonda juventud
Sobre el viejo
Océano de su hija encantada;
¡Más hermosa
que Venus, irguiéndose sobre el mundo!
—De Safo que
murió el día de su blasfemia,
Cuando,
insultando el rito y el culto inventado,
Hizo de su
bello cuerpo el pasto supremo
De una
bestia cuyo orgullo castigó la impiedad
De aquella
que murió el día de su blasfemia.
¡Y es desde
entonces que Lesbos se lamenta,
Y, malgrado
los honores que le rinde el universo,
Se embriaga
cada noche con el grito de la tormenta
Que lanzan
hacia los cielos sus riberas desiertas!
¡Y es desde
entonces que Lesbos se lamenta!
Alquimia del dolor
El Uno te
ilumina con su ardor,
El otro en
ti te pone su duelo, ¡Natura!
El que dice
a uno: ¡Sepultura!
Dice al
otro: ¡Vida y esplendor!
Hermes
desconocido que me asistes
Y que
siempre me intimidas,
Tú me haces
al igual de Midas,
El más
triste de los alquimistas;
Por ti yo
cambio el oro en hierro
Y el paraíso
en infierno;
En el
sudario de las nubes
Descubro un
cadáver querido,
Y sobre las
celestes riberas
Levanto
grandes sarcófagos.
Obsesión.
Grandes
bosques, me espantáis como catedrales;
Aulláis como
el órgano; y en nuestros corazones malditos,
Estancias de
eterno duelo donde vibran viejos estertores,
Responden a
los ecos de vuestros De profundis.
¡Yo te odio,
Océano! tus saltos y tus tumultos,
Mi espíritu
en él los recobra. Esta risa amarga
Del hombre
vencido, lleno de sollozos y de insultos,
Yo la
escucho en la risa enorme del mar.
¡Cómo me
agradarías, oh noche! ¡Sin estas estrellas
Cuya luz
habla un lenguaje conocido!
¡Porque yo
busco el vacío, y el negro, y el desnudo!
Pero, las
tinieblas son ellas mismas las telas
donde viven,
brotando de mis ojos por millares,
Los seres
desaparecidos de las miradas familiares
Charles Pierre Baudelaire (9
de abril de 1821 - 31 de agosto de 1867) fue un poeta, crítico de arte y
traductor francés. Paul Verlaine lo incluyó entre los poetas malditos, debido a
su vida de bohemia y excesos, y a la visión del mal que impregna su obra. Barbey
d'Aurevilly, periodista y escritor francés, dijo de él que fue el Dante de una
época decadente. Fue el poeta de mayor impacto en el simbolismo francés. Las
influencias más importantes sobre él fueron Théophile Gautier, Joseph de
Maistre (de quien dijo que le había enseñado a pensar) y, en particular, Edgar
Allan Poe, a quien tradujo extensamente.
Comentarios