Rodolfo Lara Mendoza

No hay brecha entre nosotros y la Tierra

No hay brecha entre nosotros y la Tierra
Por eso sé que es mía la mano de humedad
que resucita tus nostalgias cuando llueve
Y ese amplio bulevar de tus dolencias
que suelo recorrer también cuando no estás conmigo

No hay brecha entre nosotros y la Tierra
Y el pájaro que canta en tu mirada
sacude con sus alas este montón de hojas que soy

Pedido poco usual para una muchacha de tienda

He esperado hasta el silencio de la tienda
para hacer mi encargo,
he aguardado hasta los últimos pedidos
para hacer el mío:
“un cuarto y cuatro onzas de cielo” que tú con tu presencia,
 muchacha, me brindas por adelantado
Así que acabo por solicitar otra cosa:
galletas o mandarinas que sacas de una caja
como de un sombrero,
yogures que justifican mi espera hasta el silencio,
hasta ese corazón que guardas en el anaquel más alto
A veces, por descuido, solicito algún artículo agotado,
y niegas en la flor de tu tristeza como quien
vuelve a los lugares de siempre y los encuentra cambiados
Muchacha, quisiera que también se te agotara esa tristeza,
 por eso siempre me abstengo de hacerte mi pedido,
quién sabe si yo tengo ese trapo de felicidad
que limpie desde adentro tu mirada,
muchacha de ojos tristes como un vidrio empañado

He esperado hasta el silencio de la tienda
para hacer mi encargo,
he aguardado hasta los últimos pedidos
para hacer el mío:
“un cuarto y cuatro onzas de cielo” que tú con tu presencia,
 muchacha, me brindas por adelantado


Telúrica

Perdón por no lanzarte piedras, cielo
Ni elevar hacia tu vientre un pájaro de sol
Perdón por no ensayar figuras
en las nubes de tu desconsuelo
Perdón por ser sencillamente tierra

Invocación

Acogedora mía, patrona de mis ojos,
déjame atravesar las calles con mis cuencas vacías
y estas ansias de hallarte
que todas las mujeres juntas no lograrán saciar
Déjame ser las zetas con que expresas tu sueño
o e1 olor con el que escribes tu presencia en mi alcoba
Déjame estremecido, sumergido en tu tibieza,
como un colibrí que expira sobre el cuenco de una mano,
como un insecto dormido en los vaivenes de una hoja

Acogedora mía, patrona de mis ojos,
déjame un toque de tu sal sobre los labios,
para volverme nube, viento, estrella
y no tocar ya nunca más la tierra


Atardecida de amor sin manos

Salimos a buscar la tarde
 aquella que de cada uno conservaba el otro
Yo ansiaba confesarle que en mí se hallaba intacta
y que ahora en lo cercano de sus ojos
moría la angustia obsoleta de mis años sin verla
La angustia de esos años en los que coloqué
su rostro en otras sin saberlo

Salimos a buscar la tarde
una sombra de lluvia se cernía sobre el cielo
y un tenue resplandor emergía de sus brazos
Quise tocarla
Pero el miedo a que ella terminara de reír
y el mundo irrumpiera entre nosotros demasiado pronto
apagó mis manos

De árbol y pájaro

Yo amaba en ella un resplandor de pájaro
que nadie más veía
Un ala tímida que asomaba a sus ojos
en ciertas noches de luna
Y un inusual gorjeo que no lograba ocultarse
en su respiración dormida

No sé si ella alcanzó a percatarse
de lo verde de mi abrazo
O de esta manera mía de horadar con los pies
la negrura de la tierra
Sólo sé que voló con mis hojas
una oscura mañana de agosto

Y que desde entonces no he dejado de buscarla,
arañando con mis ramas al viento culpable

Romance en plenilunio

Él era una ciudad de piedra a la que nada conmovía
Y ella era la nata espesa del agua que la bordeaba
Cercanos, sí, pero sin conocerse
una noche de luna se encontraron,
guida se supieron metáfora de avenidas inundadas,
De ciénaga que se desborda y lame la soledad de piedra
De una ciudad en la que Dios no ha vuelto a poner su
Mano

Desde entonces se tienden juntos a esperar la luna llena

El baile místico de los travesaños de un techo

Beber hasta perder el sentido,
como esa noche de mis dieciséis
en que mamá salió a buscarme
La imagen de aquel adolescente asido
a la cadera lustrosa de un sanitario
Mirando desde la cama el baile místico
de los travesaños de un techo

Luego los años:
mejor alcohol para llevarse las razones
Aunque el guayabo no sea cosa del cuerpo

Lo digo por las oscilaciones del ahora,
por las intermitencias de un paisaje conocido
que sabe hacer doler la música,
acaso tengan un propósito:
rebobinar los días hasta el rostro lozano de mi madre,
 hasta ver girar de nuevo, en torno a mí,
las maderas extintas de aquel techo

La visita
Viste mi casa
Y el largo comején de ausencias
que dibuja en sus paredes
En ella ningún rastro de mí:
de aquél que fu, tomado de tu mano,
 y que hoy se llama como tu recuerdo

Viste mi casa
Y a aquél que en su interior vagó por años,
malviviendo en silencio,
sólo para vestirse una mañana con tu risa

Textos tomados del libro: “Y pensar que aún nos falta esperar el invierno” Ediciones Pluma de Mompox S.A. Colombia 2011

Rodolfo Lara Mandoza,  Cartagena de Indias, Colombia, 1973. Afirma no tener biografía, sino solo poemas que hablan de un hombre dado a la tarea de rescatar de sí un poco de inocencia.
Primer premio en la II Convocatoria de Premios y Becas del Instituto de Patrimonio y Cultura de Cartagena 2002. Premio Nacional de Poesía “Gustavo Ibarra Merlano” de La Universidad Tecnológica de Bolívar (Estudiante Universitario) 2005. 

Comentarios

Beca ha dicho que…
Excelente, como puedo conseguir el libro de Lara Mendoza?

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