Las cinco esquinas del ciego (Segunda Parte)


1. Sobre el origen del ciego que tocaba el acordeón en Cinco Esquinas hay tres historias diferentes. Una dice que era ciego de nacimiento. Habría nacido en La Guajira. Se llamaba Eliseo. Sus padres lo cargaban como a un objeto inservible en las caravanas por el desierto. Lo dejaban en alguna ranchería, después lo recogían y lo volvían a dejar. Lo dejaban y lo recogían, sin dejarlo mucho tiempo en el mismo sitio para no incomodar a los Wayuu. 

El ciego creció y conocía a todo el mundo en La Guajira. Al ciego también lo conocía cualquiera. La gente lo consideraba, nadie le ponía tropiezo y todos le indicaban los caminos cuando empezó a caminar por su propia cuenta. Sin embargo, muchos evitaban mirarle los ojos porque los tenía nublados como un cielo de invierno. 

El ciego iba y venía. Llevaba y traía noticias. Anunciaba las cosas del porvenir y adquirió una fama de adivino. Un contrabandista salvó su cargamento por el oportuno consejo del ciego y le pagó ese gran favor con un acordeón. El ciego lo aprendió a tocar en Macho Bayo, cuando vivió unos meses en la casa de Francisco Moscote. Salió entonces a buscar suerte como músico. 

Se montó a un carro sin preguntar la dirección. Pensaba que iba para Riohacha y llegó a Valledupar por equivocación. No se devolvió, porque a la gente del Valle le gustó la extraña música del acordeón que tocaba ese ciego. 

2. Otra historia era que el ciego había nacido en un pueblo alto de la Sierra Nevada. Tuvo buena vista en la niñez y se aprendió de memoria la música de los colores. Sabía que iba a quedar ciego a los trece años. Los adivinos de la sierra predijeron el eclipse total en sus ojos a esa edad, salvo si antes lograba atrapar un pájaro de la luz, de esos que vuelan arriba del cielo y hacen nidos en las estrellas. Se llamaba Damián, fue un ciego famoso y querido por las cuatro tribus hasta el día en que maldijo a la lluvia y al relámpago. Los Mamos lo condenaron entonces a vivir por fuera de la línea negra, porque su presencia dentro del corazón del mundo rompía el equilibrio. Por eso llegó a Valledupar, se quedó en Cinco Esquinas y nunca llegó a la Plaza de las Iglesias. 

Cuando lo expulsaron del territorio lo despojaron del poporo, la mochila y el carrizo. Bajó indefenso por el camino de Atánquez y al pasar por Patillal descubrió el acordeón. Se quedó en una parranda que duró varios días y cuando todos los demás estaban dormidos se colgó el acordeón y abandonó el caserío aguas abajo por el Río Guatapurí. 

3. Una tercera historia parece más real y menos mítica. El ciego se llamaba Sansón. Había sido un soldado corpulento que combatió en las guerras del Caribe. Tenía una puntería de águila. Mató mucha gente. Quedó ciego por una explosión de pólvora. Los ojos le quedaron como dos huevos negros sin clara. Se los lavaron con una solución de alumbre y los blanquearon un poco pero no recuperó la vista. Su tropa lo abandonó con lástima en la puerta de una iglesia de Mompox. El capitán le dejó una trompeta del ejército, aunque no resultara convincente un indigente ciego con semejante instrumento. Primero la cambió por una dulzaina, después vino el acordeón. Se dejó crecer la barba para ocultar su cara de soldado, pero un joven huérfano lo reconoció como enemigo de su padre y lo humilló con odio. El ciego se cambió el nombre y abandonó definitivamente la puerta del templo y la isla. Con su acordeón a cuestas, Río de la Magdalena abajo, llegó al puerto del Banco. Después por el Río Cesar a Chimichagua. También vivió algún tiempo en El Paso y de ahí llegó a Valledupar. 

4. Había una cuarta historia que nadie la tenía en cuenta. Más simple. El ciego no venía de ninguna parte. Nació en Guacoche y se crió en una parcela de su abuela materna. Su padre Mauricio Bolaño no quiso bautizarlo con su apellido, pero le regaló un acordeón y dijo que si el niño aprendía a tocarlo entonces lo reconocería como hijo legítimo. 

Su madre, una negra alfarera, le había derramado sin culpa leche materna sobre los ojos. El incidente ocurrió cuando tenía seis meses y la ceguera le comenzó a los sesenta años. Siempre se llamó Lorenzo, como seguía llamándose después de ciego. En Cinco Esquinas le decían simplemente el ciego, por eso lo de su verdadero nombre se convirtió en un asunto secundario. 

En su juventud Lorenzo iba y venía a pie de Guacoche a Valledupar. Tocaba y tocaba el acordeón; pero Mauricio no lo reconocía como hijo porque decía que pelaba los pitos. Lorenzo aprendió a tocar el acordeón de mil maneras y Mauricio siempre le encontraba un pero para no reconocerlo, porque al único que le dio el apellido con gusto fue a un hijo blanco que también tocaba acordeón. 

Lorenzo se quedó en Cinco Esquinas, sin apellido, tocando en la calle para la gente que subía y bajaba entre la algarabía del comercio. 

5. En Valledupar, en Cinco esquinas, el ciego se volvió visible. Una referencia de la ciudad. Estuvo allí muchos años. Todavía puede escucharse su música. No importa de dónde haya venido. No importa cuál de sus historias sea la verdadera.

Tomado del Grupo Jauría

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*PEDRO OLIVELLA SOLANO, San Diego, 1967. Escritor y abogado. Miembro fundador del Café Literario Vargas Vila y actualmente integrante del Taller de Escritura Creativa RELATA - Valledupar. Sus primeros poemas en 1984 aparecieron publicados en El Diario Vallenato y en la antología Nueve Poetas Cesarenses y Tres Canciones de Leandro (1988). Publicó “5 Poetas Vallenatos del Siglo XX” (2005). Ganador del Premio Departamental de Poesía del Cesar en el año 2007 con la obra “Recordatorio del Amor y Otros Incendios.” También ocupó el Primer Puesto en el Concurso Departamental de Poesía 2009, con los poemas Valle del Acordeón y otras Estancias.

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