Las cinco esquinas del ciego (primera parte)


Por: Pedro Olivella Solano*

1. Un ciego tocaba el acordeón en Cinco esquinas. Su música discurría por toda la Calle del Cesar. Séptima arriba, séptima abajo. No se salía por los lados, no se derramaba, sino que parecía una serpiente larga extendida en la calle. El acordeón que la desenrollaba se encogía y se estiraba, como si también fuera un animal de goma. A veces se cerraba tanto que parecía que las dos manos del ciego, que también parecían de goma, quisieran aplaudir. El acordeón quedaba mudo, pero no se escuchaban los intervalos de silencio porque la música que estaba en el aire no se desvanecía, sino que seguía serpenteando. Al medio día, cuando el ciego almorzaba, ponía el acordeón en el suelo, pero tampoco se escuchaba ese breve silencio del almuerzo, porque la música seguía sonando por su cuenta, libre, en toda la Calle del Cesar. Séptima arriba, séptima abajo, me dijo Wicho Sánchez. 


2. Esa música nunca dejó de escucharse, ni siquiera después de la muerte del ciego. La música se quedó ahí, calle arriba calle abajo. Lo que pasó fue que ya nadie veía al ciego, entonces parecía que no la escucharan, me dijo Abrahán Carrillo, que fue por mucho tiempo lazarillo del ciego. 


3. La gente, la que tiene bien sus dos lámparas, necesita ver las cosas de donde salen los sonidos para poder escucharlos. Vea pues, tienen oídos y no oyen, dijo en voz alta el Cuinqui Molina. 

Por eso los ciegos tenemos mejor oído, le respondió Leandro Díaz.


4. Yo no vi nunca al ciego, pero sí escuché su música. El Panita Baute, que lo conoció por muchos años, me llevó al puesto exacto donde se ponía el ciego a tocar su acordeón en Valledupar. Me lo señaló con precisión. Yo me dejé llevar la vista por su dedo y la clavé en el piso. Entonces empecé a escuchar con claridad ese airecito que había salido desde hacía muchos años del acordeón del ciego en Cinco Esquinas. El Panita trató de ser más preciso y me fue detallando los pequeños sitios del puesto del ciego: aquí ponía el asiento, a este lado el bastón, en el otro el estuche y aquí el agua dulce que no le faltaba, porque el ciego vivía con sed. 

5. Cerré los ojos y me retraté al ciego tocando su acordeón en Cinco Esquinas. Un acordeón rojo. Lo vi clarito en mi mente mientras escuchaba la música que había tocado desde hacía muchos años y que subía y bajaba calle arriba y calle abajo sin desvanecerse.

Tomado de: Grupo Jauría

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*PEDRO OLIVELLA SOLANO, San Diego, 1967. Escritor y abogado. Miembro fundador del Café Literario Vargas Vila y actualmente integrante del Taller de Escritura Creativa RELATA - Valledupar. Sus primeros poemas en 1984 aparecieron publicados en El Diario Vallenato y en la antología Nueve Poetas Cesarenses y Tres Canciones de Leandro (1988). Publicó “5 Poetas Vallenatos del Siglo XX” (2005). Ganador del Premio Departamental de Poesía del Cesar en el año 2007 con la obra “Recordatorio del Amor y Otros Incendios.” También ocupó el Primer Puesto en el Concurso Departamental de Poesía 2009, con los poemas Valle del Acordeón y otras Estancias.

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