Las cinco esquina del ciego (Última parte)


1. El ciego dormía en la casa del cachaco Carrillo, a tres cuadras de Cinco Esquinas. No pagaba arriendo, lo cual parecía incompatible con la mezquindad que le atribuían al cachaco. No regala ni el saludo y lo cobra por adelantado, decían los vecinos de La Garita. Pero el cachaco Carillo era bueno con el ciego, lo hospedaba en su casa, aunque fuera en la última pieza del fondo del patio. Le regaló un pantalón a cuadros y un sombrero de fieltro.

Abrahán, el hijo menor del cachaco Carrillo, le servía de lazarillo. Lo llevaba y traía de la casa a Cinco Esquinas y de Cinco esquinas a la casa. El ciego no soltaba el acordeón. A veces lo dejaba guardado en la farmacia, sobre todo cuando llovía. Confiaba ciegamente en el boticario.

2. Tras la muerte del cachaco Carrillo el ciego quedó desamparado. La mujer del cachaco le empezó a cobrar alquiler por el cuarto del patio y le negó la comida. También le pidió un salario por los servicios del lazarillo. Todo subía de precio y el mundo no estaba para vivir de favores, le explicó al ciego. Le dijo que si no podía sostenerse en la ciudad, lo mejor era que se devolviera por donde vino o que buscara un oficio rentable. La mujer del cachaco decía que eso de estar tocando musiquita en la calle por unas escasas monedas era una perdedera de tiempo.

3. El ciego empezó a sentirse enfermo. Al principio lo disimulaba, pero la tos lo fue delatando. Tuvo fiebres. El boticario le recetó un extraño jarabe. El ciego empezó a incomodar con sus gargajos y la gente se le retiraba. Pero la verdadera desgracia del ciego comenzó con la diarrea. El mal olor de esos achaques le hizo perder la solemnidad de ciego venerable.

El ciego tuvo que ir donde el médico. Lo acompañó el muchacho Abraham. El médico dijo que se estaba deshidratando y que la vida se le podía escapar por el recto. Le extendió una fórmula extensa. Ni la viuda del cachaco Carrillo ni su hijo Abraham pudieron descifrar la letra del médico. Debe ser algo muy grave, dijo la mujer y le mandó la fórmula al boticario para que la descifrara. El boticario la devolvió indicando en números el precio de los medicamentos. Eran muy costosos, a pesar del descuento que hacía la farmacia por tratarse del ciego. Nadie tenía esa plata. El ciego propuso empeñar el acordeón. La viuda del cachaco compartió la idea. El negocio se hizo y dinero en mano empezó con el tratamiento del ciego. Si se muere me sale más caro, pensó la mujer.

4. Cada día que pasaba aumentaban los intereses en la Compraventa. Aumentó tanto la deuda que sobrepasó el valor del acordeón. Las casas de empeño son de la misma familia que los bancos, no tienen sangre, sino avaricia. El ciego no solo había perdido su instrumento sino que quedaba debiendo plata. El acordeón se volvía irrecuperable. El ciego se resignó y pensó, con acierto, que era mejor negocio comprar otro. O comprar el mismo a través de un testaferro. Esas eran unas buenas ideas, pero sin plata no resultan, le dijo la viuda del cachaco y le aconsejó que se pusiera a chiflar iguanas.

5. El ciego volvió a su puesto de cinco esquinas. El ciego solo, sin la gracia que le daba el acordeón. Un ciego callado, sin música. La música se estaba perdiendo porque nadie veía el acordeón. Calle arriba y calle abajo estaba la música que ya había tocado; pero la gente se fue volviendo sorda para escucharla porque no veían el acordeón. Veían al ciego; pero un ciego sin su acordeón es una cosa muy triste que hace voltear la vista para otro lado. El ciego sentía que no lo estaban viendo. A un ciego no le importa mirar, pero sí le importa que lo miren porque sino el mundo no le funciona.

Una noche el ciego tuvo un sueño. Soñó que un genio le concedía un deseo y él pidió sin dudarlo que le devolvieran el acordeón. Era lo único que anhelaba, lo demás vendría por añadidura. Ese sueño no lo llenó de esperanzas, sino de intranquilidad. Ese sueño era una burla y tenía que ser un genio de mentira porque los verdaderos genios conceden tres deseos y no uno. También sintió que era una estupidez haber pedido el acordeón y no la vista. Pero era un sueño. Los ciegos pueden ver en los sueños y por eso piden otras cosas. Durmiendo, los ojos se necesitan únicamente para cerrarlos.

El ciego se dio cuenta de que el acordeón era irrecuperable. Pensó que ni siquiera con toda la plata del mundo podía rescatarlo. Le habían tendido una trampa. Lo más triste era que él mismo había mordido el anzuelo y todo por una miserable diarrea. No entendía que para la compraventa fuera un buen negocio tener el acordeón en un estante y que no se lo hubieran devuelto por la mitad de la deuda, como lo había propuesto a los pocos meses. Empezó a dilucidar otras razones. Los ciegos son astutos e inteligentes. Concluyó que los de la compraventa lo que querían era silenciarlo. En algo podría estar perjudicándolos, pensó. Trató de entender esa aterradora conspiración en su contra. También sospechó del boticario: la amabilidad que le demostraba podía ser una trampa. El jarabe que le curó la tos podía tener una sustancia tenebrosa contra los intestinos. Al final pareció entender todo. Su enemigo, cualquiera que fuera, era frío y calculador. No lo mataron de una sola vez porque se convertía en leyenda. El primer paso era silenciarlo. Volverlo invisible para que nadie lo extrañara el día que muriera. También para hacerlo sufrir. Los verdaderos enemigos dan vueltas. Lo desarmaron quitándole su instrumento y ahora estaba indefenso. Empezó a tener conciencia de su derrota y entendió que la fase siguiente era la muerte desapercibida. Seguramente ya estaba envenenado. Trató de recordar en la lengua algún sabor venenoso del jarabe del boticario. Ninguno le parecía sospechoso; pero recordó que tenía un fuerte olor a orines que le fastidió en la nariz. También se acordó que desde entonces sentía pedacitos de hielo por la sangre. El frío de la cicuta que lo empezó a matar lentamente.

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*PEDRO OLIVELLA SOLANO, San Diego, 1967. Escritor y abogado. Miembro fundador del Café Literario Vargas Vila y actualmente integrante del Taller de Escritura Creativa RELATA - Valledupar. Sus primeros poemas en 1984 aparecieron publicados en El Diario Vallenato y en la antología Nueve Poetas Cesarenses y Tres Canciones de Leandro (1988). Publicó “5 Poetas Vallenatos del Siglo XX” (2005). Ganador del Premio Departamental de Poesía del Cesar en el año 2007 con la obra “Recordatorio del Amor y Otros Incendios.” También ocupó el Primer Puesto en el Concurso Departamental de Poesía 2009, con los poemas Valle del Acordeón y otras Estancias.

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