Alberto Peñaranda Zequeda
Los recuerdos declararon la guerra al general en retiro Foster Maxwell. Casi todas las tardes suele dedicar tiempo contemplar la fotografía a colores de una migaja de la botella de Hué. Llovía un poco. Siete civiles vietnamitas se protegen del ardor del tiroteo en un recodo del rio Perfume. El agua les llega a la cintura y apoyan el tórax en la pendiente de la selva. Tres de las mujeres dan la espalda a la cámara; la cuarta en la fila carga en brazos a un niño que mira de frente. Más tarde caerá abatido. Un hombre viejo refleja en el rostro los confusos argumentos de la tristeza, como los viejos que se creen con derecho a las falsas caridades y en este sentido fracasan lentamente. La última mujer parece esperar algo en el ángulo superior derecho de la fotografía. Mira a un soldado norteamericano que camina con el agua a la altura de las rodillas mientras hace equilibrio con los brazos.
Cada vez que el general Maxwell mira la fotografía depura la concentración de causas y efectos de la batalla de Hué. El plan era ajustado a las convenciones del capítulo V del Manual de Contrainsurgencia. Si el enemigo se mueve en la población como pez en el agua, es necesario vaciar el estanque. Maxwell ordenó desplazar y concentrar a las malas a los campesinos de la zona en la población de Hué y dispuso dejar una pequeña unidad de combate a manera de cebo en espera de la reacción de VietCong. Al sentir el tirón con el anzuelo, la Primera División del Ejército de Vietnam del Sur y tres batallones norteamericanos harían una maniobra en forma de tenazas o abanico, con el objeto de cercar a Hué y ejecutar ataques convergentes de manera que al depositar al pescado en el fondo del yate se le cayera a palos.
En la noche del 31 de enero de 1968, dos batallones de Víctor Charlie mordieron el cebo. Maxwell recuerda con orgullo el momento en que decide enviar al Primer Batallón de Marine para controlar la situación en la carretera Uno, paralela al río Perfume. En esa avanzada va su hijo Jimmy, recién Integrado a la Compañía A y hasta hace poco miembro de organizaciones de rufianes que pedían la paz en manifestaciones estudiantiles en las calles de New York
De un momento a otro, el comando de la base Phu Bai pierde comunicación con todos los destacamentos en el área de operaciones. Era como un silencio al otro lado de la luna. Los cálculos militares habían desaparecido en aquel remolino de hombres, explosiones y gritos. En 24 horas no había nadie. Ni la compañía Panteras Negras, ni la Fuerza Operativa Rayos X. ni la primera avanzada de Primer Batallón de Marine. No habían chocado solo contra los guerrilleros de Vietnam del Norte. Chocaron con el caos, un pulpo enorme de miles de tentáculos que padecían el mismo terror, la misma angustia y por eso el mismo arrojo demencial en la población civil compuesta de miles de mujeres y hombres temerosos y envalentonados, y de niños fantasmales y desconsolados con el clarín guerrero de la tierra llena de cosas, empezando por el clamor de la selva dolorida.
El general Maxwell siente el sonido de una pizarra al ser arañada cada vez que mira la fotografía sacada por el corresponsal de guerra Peter Keystone. Mira al soldado que camina con el agua a las rodillas. Tiene en la boca el mismo gesto familiar de morder el labio inferior. Había visto la fotografía muchas veces, pero desde que la miró con la intención de buscar la causa exacta de la muerte de Jimmy, la vio, y se preguntó porque no había reparado antes en ella. Achicó los ojos como el pliegue de ojos de los orientales. La mujer que aparece en el ángulo superior derecho de la fotografía esconde en la mano una granada MK-26 sin la espoleta de seguridad. Es claro que espera que Jimmy se acerque para hacerla estallar.
El general apoya la espalda en el sillón. Oye las campanas de una iglesia cercana. Son las once. Trata de preguntar por la sustancia mas firme en el destino de los hombres. No debería estar buscándola en este lado del silencio.
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Buen día.