Roberto Montes Mathieu

Tarea sobre el pene

Por Roberto Montes Mathieu

Tengo quince años, estudio secundaria. Una que otra espinilla me fastidia, mamá me dice cada rato, no te toques eso porque te queda la cara marcada, pero me gusta sentir como se espichan. Es como una sensación de tranquilidad y alivio.

Ya eres un hombrecito, dice papá, cuando ve la sombra que se insinúa sobre mi bozo. Pronto estarás saliendo con muchachas. Y yo siento, pero no le digo, que se me para sólo con pensar en mujeres. Y me gusta pensar en ellas, en las artistas de cine que lo muestran todo, tan voluptuosas, o las que veo desfilar en interiores en la televisión. Unas buenas piernas y unas buenas caderas me lo mantienen templado largo rato. A veces no resisto el deseo y me voy al baño pensando en ellas, en cómo se mueven cuando caminan.

Me gustan las mujeres mayores, son apetecibles y menos complicadas, como algunas que pasan contorneándose frente a mi casa con unos cuerpos que me privan, diferentes a una vecina de mi edad que no resisto. Tiene gafas gruesas y se le nota en la cara lo perversa que es. Siempre que puede me dice cosas que me hacen poner rojo, y lo hace adrede delante de los demás. Si la veo venir por la calle me hago a un lado, entonces ella empieza a decir para que todo el mundo se entere, ay, ay, cuidado, se pasó al otro lado para que no lo viera, ay, no se atreve a saludarme, y yo tengo que hacer como si no fuera conmigo. Se burla de mí. Si supiera como la detesto.

Cuando va a la casa a visitar a mis hermanas, que son niñitas de nueve y diez años, me escondo; ella va para fastidiarme, qué puede hacer visitando niñas tan pequeñas con las que no tiene nada en común para hablar. Mi mamá sabe y se ríe, celebra que me moleste porque dice que está enamorada de mí, que le gusto. Dios no lo quiera, le digo a mamá. Dios no lo quiera.

Se llama Elba, y casi me mata el día que en plena calle salió de no sé dónde y me dijo que necesitaba hablar conmigo para que la ayudara a hacer una tarea. Me sorprendió. Yo nunca la había ayudado a hacer nada, siempre la he evitado para no estar cerca de ella y poder librarme de sus ironías.

—¿Una tarea? — dije intrigado, pensé que era una de sus tretas para ridiculizarme.
—Sí, una tarea—afirmó segura.
—Pero yo nunca te he ayudado a hacer tareas.
—Nunca, pero ahora sí me puedes ayudar.
—¿Qué tarea?—dije más tranquilo; sentí de pronto que estábamos en confianza y no se estaba burlando. Confié en ella.
—Necesito que me muestres el pene.
Lo dijo así con la mayor inocencia, como si se tratara de mostrarle las manos o las orejas.
—¿Que qué?— pregunté azorado. —Que me muestres el pene.
-¿El pene?
—Si, el pene. La picha, con lo que orinas.
Sentí que la cara se me caía. Sólo pude decir como para asegurarme de que no se había equivocado:
—¿Tú me estás pidiendo que te muestre el pene?
—Si, exactamente eso. Ya te lo dije —respondió tranquila, muy natural. Y leyendo en el cuaderno que tenía en las manos agregó:
-Necesito verlo para poder identificar el prepucio, el glande, el escroto.
Seguí caminando con ella al lado. Bajé la cabeza, no me atrevía a mirarla. Ella insistió:
—No conozco a nadie más a quien pedirle ese favor.
¿Mostrarle el pene? Estaba loca. Cómo se le ocurría que yo iba a hacer eso. No podía imaginarme abriendo mi bragueta, sacándolo y mostrándoselo como si fuera un juguete. En ese momento sentí que se me enfriaba todo; cómo quise que la tierra se abriera y me tragara o un vendaval se la llevara bien lejos.
Se plantó delante de mí y no me dejó pasar, mirándome con sus ojos grandes detrás de los vidrios de sus gafas, muy resuelta.
—Atiéndeme —dijo—. No tengas miedo, no te voy a hacer nada, ni me voy a burlar de ti.
Levanté la cabeza tímidamente y le dije:
-No tengo miedo de nada, sino que no me parece que debiera hacer eso.
Ella permaneció seria, como nunca lo hacía; por primera vez no asomaba su risa agria. Entonces dijo lo peor, lo impensado:
-Si quieres yo me bajo mis interiores y te muestro mi gatito. Tú podrás estudiarlo y conocerlo como es.
Dijo así: mi gatito, que yo se lo mirara. Casi me atraganté, empecé a toser y a sentirme nervioso, como si me fuera a obligar ahí en plena calle a hacer esas cosas. Sólo atiné a decir que después hablábamos y salí corriendo hasta la casa.

¿Qué podía hacer? No se me ocurrió otra cosa que hablar con un amigo vecino, que tenía veinte años y se acostaba con mujeres. Cuando le dije lo de la propuesta empezó a reírse. Si hubiera sabido que esa iba a ser su reacción no le habría dicho nada.
—Tú si eres de buenas —me dijo-. Ya las mujeres te lo piden cuando debiera ser lo contrario.
-¿Te parece bueno eso? -pregunté incrédulo.
-Muy bueno. ¿Qué vas a hacer?
-Eso es lo que quiero que tú me digas.
—Muéstraselo, y que ella te muestre también, ¿cómo fue que dijo?
-Su gatito.
-Eso, su gatito.
Reía otra vez y repetía lo de buenas que era yo, que no entendía por qué era de buenas. Tuve el presentimiento de que no me había resuelto nada. Y me preocupó cuando dijo que si no hacía eso ella podía decirle a todo el mundo que yo era marica, y a una mujer le creen si dice eso de uno. Me pareció grave porque iría a quedar marcado para siempre.

Acostado en mi cama no podía dormir pensando que el día siguiente y todos los días Elba iba a perseguirme hasta lograr que le mostrara el pene, la picha, como me aclaró, como si yo no lo supiera. Y si no me decidía seguro me calumniaba de por vida.
Mientras pensaba en eso me lo agarraba y sentí de pronto que debía mostrárselo y conocer su gatito que imaginaba monito como su cabeza. Me levanté y fui hasta el baño diciendo:
—Creo que mañana te va a conocer una amiga.

ROBERTO MONTES MATHIEU (Sincelejo, 1947). Abogado, docente universitario, ensayista, investigador literario y musical. Ha publicado los libros de cuentos El cuarto bate (1985), Tap, tap (1991) y Divini¬dad obscena (2008). Es también autor de la novela Para qué recordar y coautor de la Antología del cuento caribeño (2003). Libros jurídicos publicados: Estructura y organización del Estado Colombiano (1990) y Nociones de Introducción al derecho (2003).

Tomado de: Puesto de Combate, La Revista de la imginación No 76 año XXXIX 2010 ISSN 0129-6079 Bogotá Colombia

Comentarios

Miguel Barrios Payares ha dicho que…
Excelente. Como siempre.

Siempre es bueno este tipo de lecturas.

Buen día.
Jaime Arturo Martínez Salgado ha dicho que…
Una historia que nunca se desborda, muy buen relato. Bienvenido este Henry Miller caribe.

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