Mecanografía elemental para aprendices


Por andresospina  23 de Junio 2010
  La contundencia irreversible de unas letras mecanografiadas, estrellándose contra las páginas. Contaminando su transparencia con palabras.
El ruido pesado y frenético, acompañando el movimiento dactilar que accionaba las teclas. Mecánicas. Arrítmicas. Dibujadas, como un millón de puntos suspensivos, por la cintura estrecha de un reloj de arena.
 La campana de alarma anticipándose al final de cada renglón. El cilindro, deslizándose libre al accionarlo desde los rodillos laterales. El vago olor a grasa y a tinta, y las manos ennegrecidas por el contacto involuntario al tratar de encarrilar la cinta, cuando ésta se fugaba más allá de su eje.
 Las cintas de color negro. O las convencionales.El color intenso de las tintas nuevas, y el tímido gris desprendiéndose de las antiguas. El despacioso incremento de las páginas al apilarse a un lado de la mesa. Aquel comando misterioso con el que los carretes tomaban otra trayectoria. La anarquía juguetona de las líneas sin justificar, como un montón de insectos nerviosos, tratando de escaparse del folio. Una sola columna.

 La quietud, impaciente y contenida por esa idea ausente. Por esa palabra adecuada. O por aquella inoportuna. La pregunta latente por la extensión de los tipos, puestos, de uno en uno, sobre la historia.

 El arrepentimiento irredimible por un grafema, signo o concepto indebidamente ubicados. Por un error que no se puede enmendar.

Los líquidos correctores, las plastilinas limpiatipos o los Kores Radex. La consistencia de lija y el aspecto opaco y negruzco de la copia al carbón. La amalgama perfecta de las ideas, marchándose de la mente, en camino al papel.
El conjunto de piezas dentadas imprimiendo los conceptos a golpe de tecla. La barra fijadora de papel, impidiendo que éste se escapara, tras el viento.

Las horas extinguiéndose. Aguardando por un giro oportuno. O por la aparición inesperada de ese personaje a quien estábamos por conocer. Los extremos inferior y superior de las páginas encarrilándose para comenzar.
El carro detenido en el segundo de gracia de la tilde. El pulgar derecho accionando la barra espaciadora. El par de manos, demarcando los linderos de las márgenes izquierda y derecha.

Los meñiques esforzados. Escribiendo Q. Escribiendo A. Escribiendo Z. Escribiendo P. Escribiendo Ñ. El código QWERTY. La W que casi nunca se usaba.

 El duro y ruidoso comando de las mayúsculas eventuales, y el clic de las sostenidas. La distancia acortada por el botón de tabular. La palanca casi plana, movida desde la derecha al término de cada verso. La resistencia a equivocarse para tener que empezar otra vez.

El milagro de las oraciones adhiriéndose a la superficie blanca, tendiendo sus trampas al olvido con vocales, espacios y consonantes. La goma de borrar, tratando con dificultad de desaparecer la equivocación sin hacer un agujero. 

 Varios bloques. Anárquicos. La mente, intentando quebrar sílabas con sabiduría, cuando al final, una sentencia se quedaba incompleta. La contabilidad imposible de los caracteres escritos. La contabilidad imposible de los caracteres escritos. Mecanografía elemental para aprendices.
 Tomado de:  eltiempo.com / Blogs / El Blogotazo


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