JOSÉ FELIX FUENMAYOR
LAS BRUJAS DEL VIEJO CRÍSPULO
Por: JOSÉ FELIX FUENMAYOR
No, Don Pepe, brujas como esas de
que usted me da noticia no las tenemos por aquí. Las brujas de nosotros no se
empandillan por hacer daños en los sembrados; tampoco se juntan en montonera
chillando y dando brinquitos de bailarinas. Y no faltaba más, que se
enfiestaran con el Demonio, si hasta le sacan el cuerpo cuando pueden, porque
siempre lo tienen detrás. Y no voy a negarle que algunas han echado su monstruo
al mundo; pero jure usted que se las cogerían dormidas, pues de voluntad no
encontraría una sola el tal Satanás que se le pusiera de candelero. Otra cosa
le digo: no saben montar palo de escoba. Y ni hablar de ninguna parecida a esas
grandes señoras que usted me cuenta, muy casadas, a quienes sus grandes
señores, poco maridos, dejaban solas y encerradas por muchos días; y esperando
entraban en comezón, y se volvían lobas de noche para salir a rascarse en las
perrerías. Porque acá no se dan de esas. Nuestras brujas no pican de
encopetadas ni pecan por picazón. Ni piensan siquiera en tener hombre a la
mano. Su vida es un desamparado pasar como el de esas otras que usted me dice
de tan humilde condición que dan lugar a que los diablos traperos, recogedores
de almas para el Infierno, se equivoquen, cuando ellas mueren, y les ponen el
saco recolector en el trasero.
Usted podrá encontrar por ahí
unas cuantas mujeres, viejas las más, medio empelechadas y con buena olla al
fogón, vendedoras de yerbas milagrosas, oraciones contra maleficios,
cocimientos para el amor: no se dejen engañar, esas las echan pero no son.
Brujas de verdad, la de la señora Indalecia y la de la señora Encarnación. Le
voy a contar sus historias, y no espere que se le pongan los pelos de punta.
Sus correrías lo desilusionarán. ¿Qué salen a hacer nuestras brujas?
Simplemente a buscar comida.
Primero la de la señora
Encarnación. Ella le había dado en alquiler un cuarto en el patio de la casa a
una mujer algo joven y bien parecida a quien todas las mañanas le amanecía
sentada ante una mesita con hortalizas que ponía a un lado de la calle, junto a
la cerca de la casa. Ese era su negocio. De dónde sacaba los rábanos, la
lechuga, el ají, la señora Encarnación no lo sabía. Pero una mañana no vió a la
mujer en su puesto de costumbre y fue a averiguar qué le pasaba. La llamó desde
afuera y ella contestó que empujara la puerta y entrara. Así lo hizo la señora
Encarnación y encontró a la mujer acostada en el piso al pie de la cama a donde
no pudo subir porque en el último momento le faltaron las fuerzas. Se le veían
dos heridas, una en la cabeza y otra en un brazo. Y la mujer confesó que ella
era bruja y contó que todas las noches a las doce mudaba su forma en la de una
puerca y se iba derecho a La Floresta donde se cultivaban muy buenas
hortalizas, comía hasta hartarse y luego robaba las que ponía a la venta en su
mesita; pero que la noche anterior el cuidandero la descubrió y la corrió a
machete, y se sentía muy triste porque con la mucha sangre que perdió se le
había ido la virtud de la brujería; y su preocupación era que, incapacitada
para el único trabajo que sabía, le esperaban tiempos de hambre y necesidades.
La señora Encarnación le preguntó cómo hacía para cambiarse en puerca y la
mujer contestó que decía: "Sin Dios y sin Santa María"." ¿Y qué haces
para volver a tu natural?", continuó interrogándola la señora Encarnación.
"Digo al revés: Con Dios y con Santa María", respondió la mujer.
"Entonces -dijo la señora Encarnación- me está permitido ayudarte y te
ayudaré, porque desde ahora quedas con Dios y con Santa María". La señora
Encarnación era muy pobre; y con la carga de aquella mujer que se echó encima,
su vida de privaciones empeoró más y más. Pero una noche la mujer le dijo, como
quien no quiere la cosa: "Ya tengo otra vez mi sangre completa". La
señora Encarnación, bajando los ojos, dijo: "Cuídate mejor, no vuelvas a
perderla". La señora Encarnación terminó su historia así: Era una
excelente mujer. Durante muchos años -Dios me lo perdone- fue el amparo de mi
inválida vejez; pero un día no volvió y no sé qué habrá sido de ella.
Ahora, la de la señora Indalecia.
Siendo ella muy niña solía pasar y repasar en sus idas y vueltas camino de su
escuelita, por frente a la casucha donde vivía sola una viejita que
frecuentemente la llamaba y le ofrecía rajas de melón, torrejas de patilla y
otras frutas que comía con gusto. Una tardecita, cuando no eran todavía las
seis pero el día estaba ya oscuro, pasó como de costumbre la señora Indalecia
-que entonces era llamada Indalecita- y la viejita la invitó a entrar un
momento. Entró, la viejita la llevó al patio y en su presencia comenzó a
desnudarse e iba poniendo la ropa en un matorral. Después le dijo:
"Mijita, el favor que te pido es que me cuides mi ropita. Espérame aquí,
voy a buscar unas patillas y no tardaré en encontrarlas porque ahora es el
tiempo". Enseguida la viejita, toda en cueros, sacó del mismo matorral un
garabato y picándose con él una parte que la señora Indalecia no quiso nombrar,
se convirtió en zorra y se fue corriendo. La señora Indalecia dice que por un
lado salió la zorra y por otro ella disparada y no paró hasta su casa a donde
llegó muerta del susto; que jamás volvió a pasar por aquella calle, ni como
Indalecita ni como señora Indalecia; y que al fin la viejita fue muerta como
zorra, cosa que todo el mundo supo, y sucedió de este modo: una noche Tobías,
el muchacho de la rosa del compadre Sóstenes, salió a echarle un vistazo a los
sembrados; aunque la luna estaba en menguante alcanzó a ver un animal por los
lados del patillar; le tiró con la escopeta y quedó seguro de haberle dado
porque lo vió voltearse y caer detrás de un barranquito, pero dejó el cogerlo
para cuando aclareara: y a la salida del sol lo que encontró allí fue a la
viejita muerta. "Estaba desnuda y con un garabato enganchado en salva sea
la parte", dijo la señora Indalecia.
RESEÑA BIOGRÁFICA
José Felix Fuenmayor
(Barranquilla-Colombia; 1885-1966). Fue uno de los miembros fundadores, junto
con el catalán Ramón Vinyes, del llamado "Grupo de Barranquilla". Que
a partir de 1940 reunía en el pintoresco bar La Cueva a la
nueva generación de jóvenes escritores barranquilleros: Alvaro Cepeda Samudio,
Gabriel García Márquez, el pintor Alejandro Obregón, el artista Orlando Rivera,
apodado "Figurita", el industrial Julio Mario Santodomingo y el
crítico Germán Vargas, entre otros. En realidad, todo el mundo cabía en La
Cueva, a partir de las 6 p.m. para tomar ron, whisky y cerveza. Y
dialogar sobre libros.
José Félix Fuenmayor, con un vaso
de whisky en la mano, hablaba acerca de la maestría en el tratamiento de los
temas, enseñaba a no caer en lo folclórico y en descubrir, para la narración,
lo esencial, así lo esencial asuma la forma de un simple detalle.
Fue un poeta precoz, publicando a
los 25 años un libro de versos, Musa del trópico, que incluía
traducciones del francés y del italiano. Fundó el periódico El Liberal que
dirigió por varios años. Animó las revistas Mundial y La
Semana Ilustrada. En 1928 publicó la novela Cosme, elogiada por
los escritores colombianos más célebres del momento. Ese mismo año dio a luz su
cuento fantástico Una triste aventura de catorce sabios.
En 1967 aparece su libro de
cuentos, La muerte en la calle, en las ediciones Papel Sobrante de
Medellín. Esta obra también fue editada por el Instituto Colombiano de Cultura,
la Editorial Sudamericana de Buenos Aires y por la Casa de las Américas, de la
Habana, Cuba. Son estos cuentos, precisamente, los que influyeron desde el
punto de vista narrativo sobre la formación de los autores del grupo.
Gabriel García Márquez compara la
técnica de escribir cuentos de Fuenmayor con la de Rulfo: "Ambos tienen
en común la manera única de contar cualquier cosa, hablada o escrita, con una
naturalidad que no tenía nada que ver con el naturalismo, y que por lo mismo
tenía algo de sobrenatural".
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