ANOCHE SALIÓ LA LLORONA



Por: Diógenes Armando Pino Ávila
A lo lejos el dum - dum de las tamboras se oía melancólico a veces, alegre y picantes otras. En la oscuridad de la noche, rota a trechos, por las pálidas luces que arrojaban las "luminarias" de petróleo, puestas sobre asientos de madera, en las puertas de las casas, dando a las calles un pálido matiz con visos fantasmales.

Sentados sobre la arena, formando un círculo, estamos los muchachos de la cuadra rodeando a SIXTO CADENA, el viejo fumador de tabaco, que nos entretiene la prima noche, con sus largos cuentos inacabables, de "Juan, Pedro y Manuelito", cuando no, de un rey que tenía tres perros: "Vuela por los aires, Rompe Cadena y Rompe Candados". Esa noche nos contaba las aventuras de "Tío Conejo", quien, con dos enormes piedras, le había machacado las güevas, a su eterno rival, el Tío Tigre", haciéndole creer que eran curumutas.
La brisa fresca de la noche, nos traía envuelta en ella, las notas sensuales de la Tambora. El viejo Sixto precipita el final del largo cuento, nos recomienda acostarnos temprano. "Pues, las noches de tambora, sal La Llorona Loca". Nos solicita para mañana en la noche, llevarle un tabaco "anillao" por cabeza: "Porque el tabaco es bueno para la picada de araña y para espantar el mosquito".
Partimos en grupo, comentando la valentía de Tío Conejo" y lo pendejo que era "Tío Tigre"; en la esquina, después de una corta charla, nos despedimos y partimos cada uno a nuestras respectivas casas.
Ya acostado, en mi catre de piel de buey, sobre el petate, bajo el toldo mosquitero de gasa floreada, alcanzo a escuchar, las notas africanoides de la tambora, que suena a lo lejos. Mido el pro y el contra de una escapada. Y me resuelvo diciendo:
"¡Que carajos! de una cueriza no se muere nadie, no es la primera que me van a dar”.
Envuelvo el petate, el cual coloco a lo largo del catre, arropándolo con mi colcha de retazos, como lo vi hacer, una vez en una película. Muy despacio, me bajo de la cama; el corazón golpea fuertemente mi pecho, me asombro, de lo duro que traquean mis coyunturas, en medio del silencio del cuarto. Despacio, muy despacio, sorteo el resto de catres, donde duermen mis hermanos y casi tropezando con la bacinilla de la tía Signecia, alcanzo la puerta falsa:
"¿Por qué llamarán así, la puerta que comunica el aposento con el patio?"
Retiro la tranca que asegura las hojas de madera de la puerta, la abro lentamente, salgo al patio y la ajusto. "Por Amores" -mi perra - sale debajo del tinajero, me huele y comienza a lamerme los pies, moviendo el rabo alegremente. Sorteando toda serie de obstáculos, en la oscuridad del patio, sigo al fondo buscando el portillo que da al callejón y salgo a la calle.
Camino, pegado a la cerca de maquenques, como a cinco pasos, me detengo y escucho:
—Vamos Mingo, este carajo no va a venir.
Me asombro al escuchar la voz de Ricardo, pues, no nos habíamos puesto de acuerdo para salir, entonces, salgo y me les presento.
—Shits, aquí estoy - les digo, desprendiéndome de las sombras -cómo supieron que iba a salir.
—¡Apúrate!  — responde Mingo— ándate, o, no vamos alcanzar nada".
Salimos los tres, descalzos, sobre la fría arena, siempre pegados a las cercas de maquenques que bordean los patios y solares; apartándonos de ella, tan solo para apagar, con puñados de arena, las luminarias que encontrábamos a nuestro paso; dejando la calle en la más completa oscuridad, evitando con ello que cualquier persona nos descubriera.
A lo lejos, divisamos la ronda abierta por los espectadores, absortos en las notas que emitían de las gargantas de las cantadoras, acompañadas por el currulao magistral que ejecuta el viejo Manuel Catalino y la tambora alegre de Concho Guerra.
Con mucho sigilo nos acercamos, buscando entre las sombras ángulos visuales, para ver, sin ser vistos por los mayores.
"Ahí sí, ahí no al derecho y al revés
la piedra de Juana  Sánchez
la derribó el Santander"
Es Pacha Gamboa, morena sesentona de espíritu joven, la que entona picarescamente la melodía. En tanto, las parejas se deslizan cadenciosamente, entregados a esta danza hechizante, herencia de nuestros abuelos.
Observamos cómo pasa de mano en manos, la botella de Ron Caña, que Brígida Maldonado va brindando a los asistentes, limpiando el pico de la misma con el pañolón de colores, que lleva terciado al hombre en bandolera.
Terminada la canción, inmediatamente, inician la otra con más bríos y más ánimos.
Esta es cantada por Eliécer:
"Los hilos de plata se están derramando
 Eliécer Romero los está aparando"
Las parejas danzan y danzan... cadenciosas, sensuales y rítmicamente, al compás de las tamboras. Mientras, nosotros, desde la oscuridad de la noche, observamos absortos, como en éxtasis, grabando en nuestras retinas, este hermosísimo cuadro de vida y de folclor; iniciándonos desde entonces, en el amor por la tambora.
"Hace tiempo era yo hierbabuena de mi casa
ahora como no soy he caído en desgracia"
Cantaba melosa y melancólicamente Digna Villarreal; cuando de repente... como a treinta metros, desde el Callejón del Peligro, se escucha fuerte, por sobre las tamboras, el grito más agudo, largo y espeluznante que haya escuchado en mi vida, seguido de otros gritos más cortos, quejumbrosos y graves que se vienen acercando por el callejón. Se enmudecen las tamboras... se detienen las parejas atónitas, alertas y medrosas. Se repiten los gritos. Todos corren en desbandada hacia sus casas, dejando en la carrera, regados de cualquier forma, los instrumentos y prendas varias.
Asustado, trato de correr, Mingo me detiene. Se ríe a carcajadas; trato de soltarme, no me deja, se ríe. Oigo pisadas sobre la arena, miro hacia la oscuridad y de ella emerge Ricardo, dando sus estridentes y quejumbrosos gritos. Entonces comprendo la realidad y río, reímos frenéticamente a carcajadas.
De entre el revoltijo de prendas, al lado del currulao, encontramos una botella media de Ron Caña, de la cual bebimos un largo trago cada uno; luego buscando la sombra nos dirigimos hacia nuestras casas, gozando anticipadamente de los comentarios que se rumorarán mañana.
Ricardo remedando la voz gangosa de Sixto Cadena dice:
—¡Anoche salió la Llorona de Tamalameque. ¡Yo la vi!
Aún termina de hablar, muy cerca nosotros, se escucha un grito, más horrible, largo, lastimero y agudo que los emitidos por Ricardo en el callejón. Estos, si de verdad, no fingido como los primeros; estos eran reales, tan tétricos, que nos pusieron los pelos de punta por el terror. Giramos la vista alrededor y observamos tras nosotros, como flotando, una mujer vestida de blanco, rodeada por un halo fosforescente, que le hacía resaltar su demudado rostro y dolor, con el cual emitía sus alaridos infrahumanos. Ahí sí, paramos la risa y partimos a todo correr buscando nuestras casas, llenos de pavor.
—¡La Llorona existe carajo! —nos dijo Mingo al otro día—-nosotros la vimos anoche!
Los demás muchachos de la cuadra se rieron y no le creyeron.

San Miguel de fes Palmas de Tamalameque (1.986)
Tomado del libro Agua de Tinaja: aGUA DE TINAJA


Comentarios

Miguel Barrios Payares ha dicho que…
Mi amigo Pino, La Llorona sigue saliendo.

Buen texto.

Nos seguimos leyendo.

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