LA MUERTE DE TONORITO
Por: Beethoven Arlan.
Merlín Alqueciras, así se llamaba el hijo menor de Remigia Alqueciras del Cerro. Ella tenía dos hijos y vivía en Docora. Le decían Vieja Miya.
En los tiempos cuando nació
Merlín, vivía en las lomas de Docora un bravo toro negro llamado Tonorito. Sus
cuernos tenían filos de oro. También las crines de su cola eran hilos de oro.
En el centro de su frente negra tenía un lucero blanco. Ese toro malo mataba a
los toros buenos. Dicen los viejos que durante las noches entraba al pueblo y corneaba
a los perros que ladraban en los pretiles.
Sucedió en los tiempos del toro
Tonorito, que la Vieja Miya
iba por el Camino de las Rabiacanas para el Arroyo Azul a lavar trapos sucios y
Tonorito estaba por esos lados. Cuando el toro vio a la vieja cargando su
ponchera de trapos, le barajustó y la mató con sus cachos afilados. La Vieja Miya murió a
cachos de Tonorito. Merlín era entonces un niño. Quedó con su hermana mayor, y
los dos fueron después a vivir en otro pueblo llamado Printama. Allá vivieron con
una tía, y Merlín le decía —mamá— a su hermana, pero su hermana le explicaba:
—Yo no soy tu mamá. A mamá la
mató un toro llamado Tonorito—
Siempre le decía así.
Pasaron días y vinieron días.
Pasaron años y Merlín creció. Ya era mayor y trabajaba jornales en las fincas y
ganaba plata. Entonces compró una escopeta de chimenea, con todo y baqueta y
pólvora y perdigones. Su hermana le vio la escopeta y pensó que se metería a
cazador. Hasta que un día Merlín le dijo:
—Alístame unas provisiones, que
voy para Docora a matar a Tonorito.
Su hermana preparó entonces
bastante comida, compró un trozo de panela y buscó un calabazo barrigudo para
que llevara agua. Y partió Merlín con su mochila llena y su escopeta terciada.
Caminó y caminó. Atravesó selvas y cruzó ríos y saltó arroyos y subió montañas.
Hasta que llegó a las lomas de Docora. Iba caminando por el camino de la Sabana del Tropel cuando
encontró una viejecita.
—Regálame un poco de comida y de
agua, que tengo hambre y sed—imploró la viejecita.
—Con buen gusto— anotó Merlín, y
le convidó a sentarse bajo la sombra de los algarrobos. Ahí comieron juntos.
Cuando terminaron de comer,
Merlín preguntó:
— ¿Por qué anda sola por los
caminos?
La viejecita miró el suelo y
respondió:
—Yo no ando por los caminos.
—Pero usted lleva los pies
empolvados— replicó Merlín.
—El polvo es de los caminos
viejos— arguyó la viejecita.
Merlín se quedó callado.
Pensativo. Miraba las piedras del arroyo. En eso la viejecita sentenció: —Nunca
dejamos huellas cuando caminamos más de una vez por el mismo camino—, y se
levantó y clavó su mirada sobre los cerros azules de la sierra. Entonces Merlín
voló a decir:
—No se marche sin decirme su
nombre.
Ella lo miró tiernamente.
—No vale la pena que sepas mi
nombre, si en adelante nadie te va a preguntar por mí— Dijo.
Merlín sonrió. Siguió pensando.
En eso la viejecita sin nombre sacó de su mochila cinco huevos blancos y se los
entregó a Merlín.
—Cuando estés en apuros, tira un
huevo— le aconsejó, y empezó a caminar.
Merlín guardó los huevos en su
mochila y se quedó plantado en el suelo, mirándola que caminaba rumbo a la Montaña de las Cocunas.
Miró un rato sus pies descalzos moviéndose sobre las piedras y el barro del
camino. El polvorín le cubría los tobillos. Buscó sus huellas y no encontró ni
rastros. La vio perderse en los quiebres del camino. La miró por última vez y
pensó:
«Si no deja huellas, no anda por
los caminos».
Siguió Merlín por el camino de
Docora. Caminó tirando zancas. Llegó a la Loma de Catalina, y desde ahí miró a Docora y
contó con los dedos las casitas de paja tiradas sobre la sabana verde cruzada
por el Arroyo de Docora.
Merlín bajó de la loma y preguntó
por el toro Tonorito. Unos dijeron que no había vuelto al pueblo, otros
respondieron que el único toro que vivía en el pueblo era un tal Amiro Toro, un
hombrecito que tenía una casa de paja en la Sabana de los Manantiales de la Nutria. Merlín
siguió preguntando. Preguntaba y buscaba. Cuando vio el caracolí de ramas que
llegaban casi hasta las nubes, corrió y se encaramó hasta el copito. Desde ahí
miró para las lomas y no vio ningún toro negro. Entonces comenzó a cantar.
Cantó su canto con una voz recta y larga y ancha que arropó todas las lomas del
pueblo. Cantó:
“¡Tonoriiiiiiiiiito,
tonoriiiiiiiiiiiito!
tú mataste a mi mamá
y ahora vengo por ti
para que me mates a mí”
Cantó y cantó.
En las colinas de Birín estaba el toro
Tonorito y escuchó el canto de Merlín Alqueciras. Entonces el toro furioso
corrió por donde había caminos hasta que llegó a Docora, y anduvo correteando
por las calles y los callejones buscando el canto de Merlín. Iba bundeando y
escarbando. Dicen que daba resoplidos de candela y que sus pezuñas diamantinas
arrancaban de raíz las piedras.
Tonorito vio a Merlín encarapitado en
el caracolí, y barajustó a darle cachos al tronco. Por cada cornazo arrancaba
una astilla. Sus cachos con puntas de oro cortaban como el hacha destructora de
un tumbaselvas. Las astillas volaban. Merlín apuntaba a Tonorito, y le daba
tiros con su escopeta. Pero los perdigones le resbalaban en la espalda. No le
entraban. Tonorito corneó y corneó el tronco del caracolí y el tronco ya estaba
delgadito. Iba a caer el árbol, y Merlín en apuros. Entonces recordó el regalo
de la viejecita que no andaba por los caminos, y sacó un huevo de su mochila y
lo tiró. El tronco del caracolí volvió a ser grueso, más grueso que antes.
Merlín se llenó de asombro y pensó:
«¡Me
regaló unos huevos mágicos!»
Tonorito siguió dando cornadas. Merlín
le daba tiros en la espaldilla. Tres veces más iba a caer el caracolí, y tres
veces más tiró Merlín un huevo mágico.
Cuando le quedaba sólo un huevo mágico,
Tonorito estaba, por quinta vez, a un pelo de derribar el caracolí. Entonces
Tonorito se sintió vencedor y reculó para tomar el impulso final. Levantó la
cabeza para ver a Merlín y en eso Merlín le apuntó el lucero blanco del cielo
de su frente negra y le metió un balazo. ¡Eeehpén!: Bramó la escopeta. Y la
bala destrozó el lucero blanco, y saltó un chirrete de sangre rojinegra. El
toro malo bramó, dobló sus patas y se desplomó. ¡Muerto! Merlín tiró el último
huevo y bajó del caracolí. Observó de cerca al finado toro Tonorito. Después
fue a la casa del carpintero Eslante y pidió prestado un serrucho, y cortó las
punticas de los cachos y las crines del rabo: ¡Todo de oro! Entonces regresó a
Printama. Antes de irse miró a Tonorito y dijo:
—Tú mataste a mi mamá. Ahora te he
matado a ti.
Se marchó Merlín Alqueciras, el hijo de Remigia Alqueciras del Cerro.
Llegó a Printama y le echó el cuento a su hermana.
Los niños de Docora salieron de
sus casas cuando Merlín se fue. Entonces corrieron hasta el arroyo y vieron al
muerto toro negro llamado Tonorito. Se le acercaron y lo puyaron con palos y
decían:
—¡Ahora no es malo!.
Y lo dejaron ahí, entre las piedras,
para que se lo comieran los gallinazos y los perros. Varios días después,
cuando los gallinazos y los perros terminaron su banquete, los niños regresaron
al arroyo y sólo encontraron los huesos blancos y pelados, y las pezuñas de
retobo del toro Tonorito. Para entonces ya Tino el Leñador había cargado todas
las astillas que arrancó Tonorito y las vendió en el pueblo como leña de fogón.
Los niños llegaron a quemar los huesos del toro bravo, y recogieron astillitas
y hojas secas, y las apilaron sobre la osamenta, y les prendieron candela.
Mientras ardía la hoguera, los niños inventaron un canto, y cantaron:
“Tonorito no mata más
Porque Merlín lo acabó
Tonorito no mata más
Porque Merlín lo mató”
Cantaron y cantaron. Dejaron su
cantaleta cuando vieron sobre las piedras del arroyo, entre las cenizas, las
cenizas de los huesos del toro que era negro, era bravo, y se llamó Tonorito.
Beethoven Arlantt, 1.961. Nacido en la población de Atanque departamento del Cesar Colombia, desciende de la etnia Kancuama. Es uno de los nuevos narradores del Cesar.
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