Eddie José Daniels García
“Mi
nombre es...”
A
E. C. Meza Rosales,
a
quien el Destino le dio un premio para toda la vida.
Desde
la mañana en que el profesor de literatura universal, un anciano bonachón de
chivera nevada y puntiaguda y bigotes ensortijados que vestía siempre de camisa
y pantalones negros y corbata roja, cuando yo culminaba mis estudios superiores
en la universidad local, hizo un alto elogio de mi nombre remontándose a lo más
profundo de las raíces griegas, siempre lo llevé con orgullo, al expresarlo y
al escribirlo ante los demás, pues hasta ese día, le había reprochado a mis
padres que me hubiesen bautizado con un nombre de vieja que, ante mis amigas y
amigos se me llenaba la cara de pena y de vergüenza. En mi primer día de
clases, cuando apenas tenía cinco años, en el jardín infantil de mi pueblo que
lo atendía la señora Altagracia Dos Santos, y al que asistíamos todos los niños
y niñas de mi edad, mis compañeritos se rieron y se burlaron al escuchar mi
nombre.
-Tienes
nombre de señora, me dijo Iluminada de los Espíritus, una niña de mi edad que
llevaba gajos rizados en su frondoso cabello rubio y usaba gafas de vidrio
grueso por la naciente miopía.
Cuando
llegaba a casa y contaba a mis padres lo que pasaba en el colegio, ellos me
explicaban que así se llamaba mi abuela y también mi bisabuela y mi tatarabuela
y que era una tradición en la genealogía de la familia de mi padre llevar ese
nombre. “A la mierda la tradición y también mis abuelas”, pensaba yo a mi corta
edad.
Recuerdo
que papá, que a veces se las daba de poeta, me decía que ese era un nombre muy
importante, porque lo habían llevado varias mujeres de algunas cortes del viejo
mundo, cuyos reinos jamás me mencionaron. Hasta mi tío Quinoja, que a veces
anda de viejo mandarino y otras de Fauno erótico alborotado, hacía siempre una
defensa del nombre de mi abuela, explicando y argumentando que lo importante no
era el nombre sino la persona, pero siempre terminaba con una conclusión: el
nombre refleja la personalidad de quien lo lleva y que además, éste está
signado, mucho antes de nacer la persona, por el inexorable dios Destino en la
frente de quien lo ha de llevar, “igual que a la entrada de la gruta de cada mujer
escrito está el nombre del hombre u hombres que por allí entrarán, para bien o
para mal, para el amor o para el odio”, según las tradiciones islámicas.
Siempre
me decía ven acá mi nena, que te voy a decir tu nombre en verso:
Desde
pequeña fui una niña precoz, comencé a decir mis primeras palabras cuando tenía
seis meses, mientras me pegaba como un político avezado a chupar en la teta de
mamá sin importar el lugar que fuera y mis primeros pasos, sin ayuda de nadie
ni de nada, los di cuando alcanzaba los ocho meses. Y como si fuese un ave de
mal agüero, la madrugada en que nací, contaba papá, mis gritos fueron tan
grandes y sonoros, que algunos los pájaros enmudecieron y otros cambiaron de
voz; el búho que todas las madrugadas ululaba en el chopo del anciano campano,
metió el pico entre las plumas; el cuervo que graznaba alegre, se escondió en
el hueco del medicinal sancuaraño; el turpial que cantaba el himno nacional
anunciando la hora del ordeño de las vacas, esa madrugada se olvidó de la
letra; el sinsonte que imitaba la voz hueca de Fidel Castro diciendo el
discurso de instalación de la Asamblea del Pueblo y hablando mal del
imperialismo norteamericano, se olvidó del cubano y comenzó a imitar a Chávez,
y, lo más extraordinario, hasta el gallo que anunciaba el polvo de la
despedida, sin decir mú, se tiró desde el cogollo de la milenaria ceiba que
daba sombra en el patio a cacarear como una gallina vieja. Otros cerraron el
pico. Si, el pico, ninguno de esos otros pájaros bullangueros dijo nada ese día.
Con
el paso de los años, a medida que dejaba de ser niña, me fui convirtiendo en
una mujer; de la escuela de primaria ingresé al bachillerato y luego a la
universidad. Cuando pasaba con mis amigas ante los jóvenes desconocidos, los
piropos más bellos eran para mi.
-Para
el bombón de mirada dulce como un caramelo, decían.
Luego
cuando tenía oportunidad de conocerlos y sabían mi nombre lenta y pausadamente
se retiraban, ¡uf, qué nombre tan feo!- decían. Le cogí entonces cierta tirria
y antipatía a mi nombre, pues muchos de mis amigos y amigas para molestarme,
creo que no eran mis amigos, me llamaban por los dos nombres, si así como les
digo, por los dos nombres que papá y mamá me habían maculado en la pila
bautismal, y que fueron recibidos con alegría por mis padrinos, Eurípides
Ludovico, y mi madrina Eleodora Prudencia, ¡qué vergüenza! Cierta vez que a la
casa de mis padres, llegó el notario del pueblo, y cuando ansiosamente esperaba
el coqueteo de los jóvenes de mi edad, le pregunté si yo podía cambiar mi
nombre por el de alguna de esas mujeres famosas como Jacquelinekenedy,
Isadoranorden, Leididiana, Isabellacatólica, Estefaníademonaco, Goldameyer,
Gretagarbo, Briggitbardó, Teresadecalcuta, Isabeldeinglaterra, Elizabethtailor,
o que simplemente me llamara Maríaestuardo.
-Pero
mija, me dijo con el tono paternal de los escribanos de pueblos, si tu nombre
es el más hermoso de cuantos hay en el santoral romano, y la Santa mejor
hablada porque es la que mejor expresa la lengua. Nunca entendí la última frase
de su discurso.
Desde
ese día jamás volví a contarle a nadie sobre la vergüenza que sentía por mi
nombre. Los pocos novios que tuve, cuando me escribían cartas de amor, ponían
mi nombre entre comillas como si se burlarán de él. Pienso que el hecho más
bochornoso fue el día en que iba a contraer nupcias. El templo estaba abarrotado
de parientes, familiares y chismosos. La orquesta que había contrato papá
tocaba los más bellos porros de mi tierra y yo por la emoción tenía hasta el
último pelo de punta. Cuando el cura me preguntó “Señorita....quiere a... por
esposo”, mi novio se quedó serio, miró al cura a los presentes y después a mi y
me dijo: “tu eres... tú te llamas así, ese es tú nombre”, y salió corriendo por
la nave central de la iglesia. Jamás volví a verlo. Y lo peor era cuando
llegaba a las fiestas, pues siempre había alguien de mis compañeros que para
molestarme, se subía a la tarima y decía “acaba de llegar la
señorita....recibámosla con un fuerte aplauso”. A lo largo del recorrido de las
clases, pues debido a mi nombre cambié de colegios en varias ocasiones, siempre
mis profesores decían usted es la niña que más y mejor habla, por eso tiene el
nombre bien puesto. Jamás comprendí el sentido de aquellos comentarios.
Desde
aquel día glorioso en que el profesor de Literatura Universal me descifró la
etimología de mi nombre, hasta hoy, han pasado muchas lluvias. En el ejercicio
de mi profesión conocí otras personas, hombres y mujeres, amigas y amigos, a
quienes jamás le demostré pena ni vergüenza por mi nombre, todo lo contrario
para hacer honor a él hablaba más. Los que me escuchaban, que eran otros
amigos, me decían haces honor a tu nombre. Y después de aquella boda frustrada,
tuve muchos novios y amantes, hasta que llegó uno que supo donde estaba mi
gracia y, cosa rara, él no se enamoró de mi, si no de mi nombre: es lo más
hermoso que he oído, me susurró al oído. Y entonces recordé lo que me decía
Quinoja, el tío mandarino que aún sigue alebestrado buscando zagalas por las
tierras españolas: que toda mujer a la entrada de su gruta trae escrito el
nombre del hombre u hombres que por allí entrarán. Y mi gruta no iba a ser la
excepción.
Cartagena
de Indias, 11 de enero de 2007
Tomado de: Joce Daniels.Com
Eddie
José Daniels García
Posee
una pluma mordaz y punzante
Poeta,
investigador, narrador, docente y cronista de opinión. Natural de Talaigua
Nuevo (6 de octubre de 1952). Estudió primaria en la escuela pública de su
pueblo al lado de su padre, don Tomás Daniels, de quien fue alumno. Curso sus
estudios de bachillerato en el histórico Colegio Nacional “Pinillos” de Mompox
y se licenció en Idiomas en la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia
en Tunja.
Se
ha desempeñado como docente de varias instituciones educativas de Sincelejo,
ciudad donde reside casado y rodeado de mujeres.
Su
pluma es ágil, punzante y aguda cada viernes en el periódico El Meridiano de
Sucre, donde escribe su columna. Es autor de los libros “Remanso Lírico”, - el
que incineró frente a su editor cuando comprobó que no estaba perfecto-, “El
Lenguaje Literario” y de otros que permanecen inéditos. También dirige el periódico
Polifonía del Instituto Nacional de Educación Media “Simón Araujo”, de cuya
institución educativa es docente desde hace 25 años.
Comentarios
"MI NOMBRE ES..." ES JOCE G. DANIELS G. y no mi hermano Eddie José Daniels García
Atentamente
Joceg. Daniels G.