ANOCHE SALIÓ LA LLORONA
A lo lejos el dum - dum de las
tamboras se oía melancólico a veces, alegre y picantes otras. En la oscuridad
de la noche, rota a trechos, por las pálidas luces que arrojaban las
"luminarias" de petróleo, puestas sobre asientos de madera, en las
puertas de las casas, dando a las calles un pálido matiz con visos fantasmales.
Sentados sobre la arena, formando
un círculo, estamos los muchachos de la cuadra rodeando a SIXTO CADENA, el
viejo fumador de tabaco, que nos entretiene la prima noche, con sus largos
cuentos inacabables, de "Juan, Pedro y Manuelito", cuando no, de un
rey que tenía tres perros: "Vuela por los aires, Rompe Cadena y Rompe
Candados". Esa noche nos contaba las aventuras de "Tío Conejo", quien,
con dos enormes piedras, le había machacado las güevas, a su eterno rival, el
Tío Tigre", haciéndole creer que eran curumutas.
La brisa fresca de la noche, nos
traía envuelta en ella, las notas sensuales de la Tambora. El viejo Sixto
precipita el final del largo cuento, nos recomienda acostarnos temprano.
"Pues, las noches de tambora, sal La Llorona Loca". Nos solicita para
mañana en la noche, llevarle un tabaco "anillao" por cabeza:
"Porque el tabaco es bueno para la picada de araña y para espantar el
mosquito".
Partimos en grupo, comentando la
valentía de Tío Conejo" y lo pendejo que era "Tío Tigre"; en la
esquina, después de una corta charla, nos despedimos y partimos cada uno a
nuestras respectivas casas.
Ya acostado, en mi catre de piel
de buey, sobre el petate, bajo el toldo mosquitero de gasa floreada, alcanzo a
escuchar, las notas africanoides de la tambora, que suena a lo lejos. Mido el
pro y el contra de una escapada. Y me resuelvo diciendo:
"¡Que carajos! de una
cueriza no se muere nadie, no es la primera que me van a dar”.
Envuelvo el petate, el cual
coloco a lo largo del catre, arropándolo con mi colcha de retazos, como lo vi
hacer, una vez en una película. Muy despacio, me bajo de la cama; el corazón
golpea fuertemente mi pecho, me asombro, de lo duro que traquean mis
coyunturas, en medio del silencio del cuarto. Despacio, muy despacio, sorteo el
resto de catres, donde duermen mis hermanos y casi tropezando con la bacinilla
de la tía Signecia, alcanzo la puerta falsa:
"¿Por qué llamarán así, la
puerta que comunica el aposento con el patio?"
Retiro la tranca que asegura las
hojas de madera de la puerta, la abro lentamente, salgo al patio y la ajusto.
"Por Amores" -mi perra - sale debajo del tinajero, me huele y
comienza a lamerme los pies, moviendo el rabo alegremente. Sorteando toda serie
de obstáculos, en la oscuridad del patio, sigo al fondo buscando el portillo
que da al callejón y salgo a la calle.
Camino, pegado a la cerca de
maquenques, como a cinco pasos, me detengo y escucho:
—Vamos Mingo, este carajo no va a
venir.
Me asombro al escuchar la voz de
Ricardo, pues, no nos habíamos puesto de acuerdo para salir, entonces, salgo y
me les presento.
—Shits, aquí estoy - les digo,
desprendiéndome de las sombras -cómo supieron que iba a salir.
—¡Apúrate! — responde Mingo— ándate, o, no vamos alcanzar
nada".
Salimos los tres, descalzos,
sobre la fría arena, siempre pegados a las cercas de maquenques que bordean los
patios y solares; apartándonos de ella, tan solo para apagar, con puñados de
arena, las luminarias que encontrábamos a nuestro paso; dejando la calle en la
más completa oscuridad, evitando con ello que cualquier persona nos
descubriera.
A lo lejos, divisamos la ronda
abierta por los espectadores, absortos en las notas que emitían de las
gargantas de las cantadoras, acompañadas por el currulao magistral que ejecuta
el viejo Manuel Catalino y la tambora alegre de Concho Guerra.
Con mucho sigilo nos acercamos,
buscando entre las sombras ángulos visuales, para ver, sin ser vistos por los
mayores.
"Ahí sí, ahí no al derecho y
al revés
la piedra de Juana Sánchez
la derribó el Santander"
Es Pacha Gamboa, morena sesentona
de espíritu joven, la que entona picarescamente la melodía. En tanto, las
parejas se deslizan cadenciosamente, entregados a esta danza hechizante,
herencia de nuestros abuelos.
Observamos cómo pasa de mano en
manos, la botella de Ron Caña, que Brígida Maldonado va brindando a los
asistentes, limpiando el pico de la misma con el pañolón de colores, que lleva
terciado al hombre en bandolera.
Terminada la canción,
inmediatamente, inician la otra con más bríos y más ánimos.
Esta es cantada por Eliécer:
"Los hilos de plata se están
derramando
Eliécer Romero los está aparando"
Las parejas danzan y danzan...
cadenciosas, sensuales y rítmicamente, al compás de las tamboras. Mientras,
nosotros, desde la oscuridad de la noche, observamos absortos, como en éxtasis,
grabando en nuestras retinas, este hermosísimo cuadro de vida y de folclor;
iniciándonos desde entonces, en el amor por la tambora.
"Hace tiempo era yo
hierbabuena de mi casa
ahora como no soy he caído en
desgracia"
Cantaba melosa y melancólicamente
Digna Villarreal; cuando de repente... como a treinta metros, desde el Callejón
del Peligro, se escucha fuerte, por sobre las tamboras, el grito más agudo,
largo y espeluznante que haya escuchado en mi vida, seguido de otros gritos más
cortos, quejumbrosos y graves que se vienen acercando por el callejón. Se
enmudecen las tamboras... se detienen las parejas atónitas, alertas y medrosas.
Se repiten los gritos. Todos corren en desbandada hacia sus casas, dejando en
la carrera, regados de cualquier forma, los instrumentos y prendas varias.
Asustado, trato de correr, Mingo
me detiene. Se ríe a carcajadas; trato de soltarme, no me deja, se ríe. Oigo
pisadas sobre la arena, miro hacia la oscuridad y de ella emerge Ricardo, dando
sus estridentes y quejumbrosos gritos. Entonces comprendo la realidad y río,
reímos frenéticamente a carcajadas.
De entre el revoltijo de prendas,
al lado del currulao, encontramos una botella media de Ron Caña, de la cual
bebimos un largo trago cada uno; luego buscando la sombra nos dirigimos hacia
nuestras casas, gozando anticipadamente de los comentarios que se rumorarán
mañana.
Ricardo remedando la voz gangosa
de Sixto Cadena dice:
—¡Anoche salió la Llorona de
Tamalameque. ¡Yo la vi!
Aún termina de hablar, muy cerca
nosotros, se escucha un grito, más horrible, largo, lastimero y agudo que los
emitidos por Ricardo en el callejón. Estos, si de verdad, no fingido como los
primeros; estos eran reales, tan tétricos, que nos pusieron los pelos de punta
por el terror. Giramos la vista alrededor y observamos tras nosotros, como
flotando, una mujer vestida de blanco, rodeada por un halo fosforescente, que
le hacía resaltar su demudado rostro y dolor, con el cual emitía sus alaridos
infrahumanos. Ahí sí, paramos la risa y partimos a todo correr buscando
nuestras casas, llenos de pavor.
—¡La Llorona existe carajo! —nos
dijo Mingo al otro día—-nosotros la vimos anoche!
Los demás muchachos de la cuadra
se rieron y no le creyeron.
San Miguel de fes Palmas de Tamalameque (1.986)
Tomado del libro Agua de Tinaja: aGUA DE TINAJA
Comentarios
Buen texto.
Nos seguimos leyendo.