Jorge García Usta
Jo r g e Ga r cí a Ust a Balada de Teresa Dáger No hubo mujer bajo estos soles como Teresa Dáger: mitad cedro, mitad canoa. Era bella, inclusive, al despertarse y después de comer ese pobre trigo nativo. En las esquinas, a su paso, hombres sudorosos interrumpían las liturgias del comercio y maldecían la muerte. Era una forma ansiosa. Procedía de una furia vegetal. No la salvó tampoco su belleza. Ahora, a los 80 años, a diferencia de otras que fueron feas y felices, Teresa Dáger sueña sola en el piso quince, rodeada de zafiros derrotados. Y solo piensa en ese arriero de Aleppo que el 7 de Agosto de 1925 la miró con ganas y en silencio tres segundos antes que su padre la enviara al destierro de la trastienda. Arenga de las mujeres necesarias Ah, necesarias para vivir y morir, con sus aguas rezadas. Antes de llegar, ellas mojaban de cantos todos los asaltos, los días con sus cejas veloces, el...