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Neruda o el porqué de una acción desesperada

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Por: Rodolfo Tamayo Castellanos La primera vez que la vi ella atravesó el patio de la escuela para llegar a la Secretaría; yo conversaba en el pasillo y no pude hacer otra cosa que mirarla. No pensé que alguna vez que me enamoraría como en las canciones, como en esa de Fito Páez que dice yo no buscaba a nadie y te vi. Y fue así. En mi mente la vi atravesar ese patio en cámara lenta cientos de veces, igual que si rebobinara una película. Por aquel entonces yo tenía algo de fama de escribir bonito. Había absorbido hasta los huesos poemas de Buesa y Bécquer; aunque en verdad fue un libro de Juana Borrero el que despertó el bichito de escribir poesías. Decidí hacerle versiones, sobre todo a uno de los textos de amor que más me gusta: Última rima. Mi primer cuaderno, cuyos poemas prefiero no recordar, llevaba el título nefasto de Versos dolientes, y los mostré en el aula con orgullo. Causaron tremendo impacto y me creí “El Poeta”.