Rubén Darío

¿Cómo decía usted, amigo mío?
¿Cómo decía usted, amigo mío?
¿Qué el amor es un río? No es extraño.
Es ciertamente un río
Que, uniéndose al confluente del desvío,
Va a perderse en el mar del desengaño.


Amo, amas
Amar, amar, amar, amar siempre, con todo
El ser y con la tierra y con el cielo,
Con lo claro del sol y lo oscuro del lodo;
Amar por toda ciencia y amar por todo anhelo.

Y cuando la montaña de la vida
Nos sea dura y larga y alta y llena de abismos,
Amar la inmensidad que es de amor encendida
¡Y arder en la fusión de nuestros pechos mismos!



Ama tu ritmo
Ama tu ritmo y ritma tus acciones
Bajo su ley, así como tus versos;
Eres un universo de universos
Y tu alma una fuente de canciones.

La celeste unidad que presupones
Hará brotar en ti mundos diversos,
Y al resonar tus números dispersos
Pitagoriza en tus constelaciones.

Escucha la retórica divina
Del pájaro, del aire y la nocturna
Irradiación geométrica adivina;

Mata la indiferencia taciturna
Y engarza perla y perla cristalina
En donde la verdad vuelca su urna.               


Caupolican
Es algo formidable que vio la vieja raza:
Robusto tronco de árbol al hombro de un campeón
Salvaje y aguerrido, cuya fornida maza
Blandiera el brazo de Hércules o el brazo de Sansón.

Por casco sus cabellos, por pecho su coraza,
Pudiera tal guerrero, de Arauco en la región,
Lancero de los bosques, Nemrod que todo caza,
Desjaretar un toro, o estrangular un león.

Anduvo, anduvo, anduvo. Le vio la luz del día,
Le vio la tarde pálida, le vio la noche fría,
Y siempre el tronco de árbol a cuestas del titán.

"¡El Toqui, el Toqui!" clama la conmovida casta.
Anduvo, anduvo, anduvo. La aurora dijo: "Basta",
E irguióse la alta frente del gran Caupolican.

De invierno
En invernales horas, mirad a Carolina.
Medio apelotonada, descansa en el sillón,
Envuelta con su abrigo de marta cibelina
Y no lejos del fuego que brilla en el salón.

El fino angora blanco junto a ella se reclina,
Rozando con su pico la falda de Alençón,
No lejos de las jarras de porcelana china
Que medio oculta un biombo de seda del Japón.

Con sus sutiles filtros la invade un dulce sueño;
Entro, sin hacer ruido; dejo mi abrigo gris;
Voy a besar su rostro rosado y halagüeño.

Como una rosa roja que fuera flor de lis;
Abre los ojos; mírame con su mirar risueño
Y en tanto cae la nieve del cielo de París.

Diamante
Puede una gota de lodo
Sobre un diamante caer;
Puede también de este modo
Su fulgor obscurecer;
Pero aunque el diamante todo
Se encuentre de fango lleno,
El valor que lo hace bueno
No perderá ni un instante,
Y ha de ser siempre diamante
Por más que lo manche el cieno.

Cuando llegues a amar
Cuando llegues a amar, si no has amado,
Sabrás que en este mundo
Es el dolor más grande y más profundo
Ser a un tiempo feliz y desgraciado.

Corolario: el amor es un abismo
De luz y sombra, poesía y prosa,
Y en donde se hace la más cara cosa
Que es reír y llorar a un tiempo mismo.

Lo peor, lo más terrible,

Es que vivir sin él es imposible.

Félix Rubén García Sarmiento, conocido como Rubén Darío (Metapa, hoy Ciudad Darío, Matagalpa, 18 de enero de 1867 - León, 6 de febrero de 1916), fue un poeta nicaragüense, máximo representante del modernismo literario en lengua española. Es, posiblemente, el poeta que ha tenido una mayor y más duradera influencia en la poesía del siglo XX en el ámbito hispánico. Es llamado príncipe de las letras castellanas.
                                                                               

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