Miguel Arteche

Comienzo
El jardín se ha posado en mi jardín.
Toda su galaxia resplandece a medianoche.
Los árboles destellan, las flores fulgen.
Tiene el césped una tersura de nimbo.
Bajan los transparentes
Y de sus cuerpos surgen peldaños de escala.
Los radiantes me llaman con sus cristales.
Mis años descienden en el cáliz de un instante.
Los centelleantes me han rodeado
Y me tienden sus ojos de oro.
El amor es una paloma de fuego que elevan.
Por fin llegaron.

Arpa rota en la lluvia

Cuando la lluvia tenue detiene los recuerdos
Sobre el mar solitario; cuando el tren ha pasado
Dejando en los durmientes sus metálicas furias;
Cuando tiembla el almendro tocado por los muertos;
Cuando la breve música te borra las distancias
Y silencioso escuchas que tu cuerpo ha partido,
Que sólo estás en otro cuerpo que te recuerda,
Vibra tu mano rota mordida por la lluvia.
Murmullos de la muerte, que ascienden lentamente
Por tu cuerpo deshecho, hace brotar la lluvia,
Cuando alguien pisotea tu cabello extendido
Y tu ramaje yerto poblado por el viento.

Canción a una muchacha ajedrecista muerta

Llueve sobre el verano del tablero.
En blanco y negro llueve sobre ti.
Nadie controla tu reloj: te espero
Para jugar allí.

¿Tú mueves o yo muevo? Quién lo sabe.
Quién sabe si allá juega o juega aquí.
De pronto tu tablero es una nave
Que te lleva y nos lleva hacia un jardín.

Hacia un jardín remoto de caballos
Que inmóviles nos miran, y a un alfil
Que negro lanza rayos, rayos, rayos,
Y hace mil años que está de perfil.

Hacia un jardín remoto de tres torres
Donde una dama blanca va hacia ti,
Te llama a ti, y tú hacia ella corres
Y no hay en ella fin.

Donde un peón ha roto ya los sellos
Y te ciñe las sienes de marfil,
Y un rey recoge ahora tus cabellos
Para cubrir con ellos su país.

Hacia un jardín remoto al mediodía,
Donde el agua se tiende en su dormir,
Y ya no hay sed y nunca hay todavía
Y hay un árbol de sol en el jardín.

Sólo que tú no estás. Y está la luna
Cayendo interminable en el jardín
Sobre las soledades de una cuna.
Y hay olor de silencio y de partir.

Distancia de dos

¿Desde dónde surgiste para encender la llama
Sobre la nieve sola? ¿Desde dónde los suaves
Besos se levantaron sobre tu piel perdida,
Enamorada sombra de unos días lejanos?

Cuando hacia ayer subimos, bajaba tu silencio
De la nieve y los ríos. No teníamos nada
Sino un pasado apenas dibujado en el cuerpo
Y un encuentro de estrellas dormidas en las manos.

Tiembla el viento en la noche, tiembla otra vez la noche
Bajo el ansia que vuelve. Temblabas de nostalgia.
Amor, hasta la muerte la noche se hizo tenue,
Se hizo larga caricia sobre tu pelo amargo.

Lo distante es aquello que apenas ha pasado.
Por eso nombro ahora la primavera lenta
Que subiste cantando, sin nada más, con viento
Sobre la enamorada distancia de los campos.

No sé, no sé hasta dónde quedaré repitiendo
Tu nombre, la mirada de tus ojos distantes,
Fugaz entre la dura cordillera de nieve,
Presente ausencia apenas derramada en mi brazo.

No sé, no sé hasta cuándo durará la distancia
Y ese espacio de adiós dormido en tu garganta.
No sé, no sé en qué tiempo se hará ceniza y humo,
Amor, bajo la noche, todo lo que juntamos.

Canción del río indiferente

Cuando las soledades metálicas de las ruedas hicieron
Vibrar tu cabeza rasgada por estrellas
-Rápido, señorial, antiguo,
Inmutable, prisionero por las islas de arena-,
Reposaste fluyendo, en la noche, en la muerte.

Cuando la punta yerta de la flecha se hundió en tierra,
Y el cuerpo sigiloso del conquistador, vencido, cayó en tierra
Haciéndose igualmente hueso: tú entrabas en el mar,
Te detenías huyendo, en la noche, en la muerte.

Cuando todo sea olvidado (porque todo será olvidado);
Cuando no recordemos quiénes fuimos bajo ese árbol que ha de ser una mesa,
Y cuando la mesa se transforme en el fuego,
Y cuando todo se restituya en ti -¡oh madre tierra!-, en tu terrón amargo:
Tú fluirás cantando, seguramente cantando

En la noche, en la muerte.

Miguel Arteche. Poeta chileno nació el 4 de junio de 1926 en Nueva Imperial (zona de La Araucanía, en el sur de Chile). 

Estudió Derecho en Chile y Literatura en Madrid (1951-1953), fue agregado cultural en Madrid (1965-1970) y Tegucigalpa (1971-1972), profesor universitario, director de talleres literarios, subdirector de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos (1990-1991).

Como escritor, cultiva principalmente la lírica, con obras como Destierros y tinieblas (1963), Noches(1976) y Fénix de madrugada (1994). Su poesía, de fuerte raigambre clásico, revitalizada por innovadoras metáforas, revela dominio técnico y rigor verbal. Expresa la trágica condición humana, atiende los desafíos éticos actuales, rescata la dignidad personal y propugna la coherencia de vida, con clara adhesión a los valores cristianos. Ha sido recogida en más de cincuenta antologías nacionales y extranjeras, y traducida a muchas lenguas como la inglesa, francesa, italiana, alemana, checa y hebrea.

Entre sus novelas destacan: La otra orilla (1964), El Cristo hueco (1969) y La disparatada vida de Félix Palissa (1975); de sus ensayos: La extrañeza de ser americano (1962) y Llaves para la poesía(1984). Recibió muchos premios, entre ellos: Municipal de Literatura (Santiago), 1950, 1964, 1977;Premio Andersen de Literatura infantil, 1986; Fondo Nacional del Libro y la Lectura, 1995; Nacional de Literatura, 1996. Miembro de número de la Academia Chilena de la Lengua (1965).

Miguel Arteche falleció en Santiago el 22 de julio de 2012. 

Biografía tomada de: Buscabiografias

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