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Mostrando entradas de abril, 2013

REINALDO BUSTILLO CUEVAS

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TE VEO PASAR     Te veo pasar y no te digo nada, no podría aunque lo quiera retenerte, vas con tu cántaro de amores a saciar urgencias diferentes. Vestida con sonrisas glaucas y con tu pelo alegre, me gritas en tu silencio grave que vas deprisa, sin importarte, la espuma de sed que hay en mis labios. Te veo pasar y te pretendo con fuerzas locas y sed y hambre; y tú no escuchas mis profundas quejas porque vas deprisa, con tu cántaro de amores a apagar incendios diferentes. Te veo pasar y te espero de regreso, cuando no haya frescuras en tu cántaro; para darte de beber mí desengaño y oír de tus amores la querella que se traga el estruendo de tu llanto. El tono de voz Me dice que me quieres, ¿por qué lo niegas? para que negarlo si todo lo tuyo me lo dice: tu mirada, tus gestos, tu sonrisa. No sigas mintiéndote a ti misma. No sigas mintiendo de ese modo, Que de nada te sirve: Cuando me dices que no, con tus palabras

Las cinco esquina del ciego (Última parte)

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1. El ciego dormía en la casa del cachaco Carrillo, a tres cuadras de Cinco Esquinas. No pagaba arriendo, lo cual parecía incompatible con la mezquindad que le atribuían al cachaco. No regala ni el saludo y lo cobra por adelantado, decían los vecinos de La Garita. Pero el cachaco Carillo era bueno con el ciego, lo hospedaba en su casa, aunque fuera en la última pieza del fondo del patio. Le regaló un pantalón a cuadros y un sombrero de fieltro. Abrahán, el hijo menor del cachaco Carrillo, le servía de lazarillo. Lo llevaba y traía de la casa a Cinco Esquinas y de Cinco esquinas a la casa. El ciego no soltaba el acordeón. A veces lo dejaba guardado en la farmacia, sobre todo cuando llovía. Confiaba ciegamente en el boticario. 2. Tras la muerte del cachaco Carrillo el ciego quedó desamparado. La mujer del cachaco le empezó a cobrar alquiler por el cuarto del patio y le negó la comida. También le pidió un salario por los servicios del lazarillo. Todo subía de precio y el mu

Las cinco esquinas del ciego (Segunda Parte)

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1. Sobre el origen del ciego que tocaba el acordeón en Cinco Esquinas hay tres historias diferentes. Una dice que era ciego de nacimiento. Habría nacido en La Guajira. Se llamaba Eliseo. Sus padres lo cargaban como a un objeto inservible en las caravanas por el desierto. Lo dejaban en alguna ranchería, después lo recogían y lo volvían a dejar. Lo dejaban y lo recogían, sin dejarlo mucho tiempo en el mismo sitio para no incomodar a los Wayuu.  El ciego creció y conocía a todo el mundo en La Guajira. Al ciego también lo conocía cualquiera. La gente lo consideraba, nadie le ponía tropiezo y todos le indicaban los caminos cuando empezó a caminar por su propia cuenta. Sin embargo, muchos evitaban mirarle los ojos porque los tenía nublados como un cielo de invierno.  El ciego iba y venía. Llevaba y traía noticias. Anunciaba las cosas del porvenir y adquirió una fama de adivino. Un contrabandista salvó su cargamento por el oportuno consejo del ciego y le pagó ese gran favor con un

Las cinco esquinas del ciego (primera parte)

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Por: Pedro Olivella Solano* 1. Un ciego tocaba el acordeón en Cinco esquinas. Su música discurría por toda la Calle del Cesar. Séptima arriba, séptima abajo. No se salía por los lados, no se derramaba, sino que parecía una serpiente larga extendida en la calle. El acordeón que la desenrollaba se encogía y se estiraba, como si también fuera un animal de goma. A veces se cerraba tanto que parecía que las dos manos del ciego, que también parecían de goma, quisieran aplaudir. El acordeón quedaba mudo, pero no se escuchaban los intervalos de silencio porque la música que estaba en el aire no se desvanecía, sino que seguía serpenteando. Al medio día, cuando el ciego almorzaba, ponía el acordeón en el suelo, pero tampoco se escuchaba ese breve silencio del almuerzo, porque la música seguía sonando por su cuenta, libre, en toda la Calle del Cesar. Séptima arriba, séptima abajo, me dijo Wicho Sánchez.  2. Esa música nunca dejó de escucharse, ni siquiera después de la muerte del ciego.